Una excepción en un país que olvida rápido
Toda España espera ver a Carolina Marín volver a reventar el volante. Sería su gran triunfo después de tres lesiones graves de rodilla.

Carolina Marín vive en un territorio que muy pocos deportistas españoles han pisado: ese espacio incómodo en el que la excelencia se convierte en obligación y cada derrota parece un accidente inexplicable. Lleva más de una década en la élite del bádminton mundial, convertida en símbolo internacional, más incluso fuera que dentro de nuestro país, de un deporte que aquí apenas existía antes de que ella irrumpiera. A veces se olvida, o normaliza, lo descomunal de su mérito. Ganarlo todo una vez tiene épica; repetirlo, tras lesiones que habrían jubilado a cualquiera, tiene algo de desafío a las leyes de la lógica.
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La de Huelva compite con una ferocidad que incomoda, incluso a quienes la admiran. Nada en ella es casual: ni el grito, ni la mirada fija, ni ese paso al frente cuando el marcador no acompaña. Se ha construido a sí misma como una deportista irrepetible en un entorno que no estaba preparado para producir leyendas. Y quizá por eso su figura genera tanta fascinación: no hubo plan, hubo voluntad. Ahora, en la fase madura de su carrera, juega también contra el tiempo y ante un mal acompañante, su tercera lesión grave de rodilla. Podría permitirse vivir de lo logrado, pero no lo hace. Sigue luchando por regresar con la misma determinación que cuando tenía 21 años y sólo intuía lo que llegaría. En un país que celebra rápido y olvida aún más rápido, Carolina se ha convertido en la excepción. Todos esperamos con ahínco verla de nuevo reventar el volante. Ese es, quizá, su mayor título.
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