Una casa de dinamita
“El Madrid es apretar los dientes y saber sufrir. Pero sin caer en la autolesión y la paranoia”.
El Real Madrid es una casa llena de dinamita, como dice Idris Elba en la última película de Kathryn Bigelow. Siempre con alguien a punto de pulsar el botón rojo. Vive instalado en DEFCON 1, en estado de guerra inminente. Va líder, pero resulta que está en crisis. Empata por vez primera en lo que va de temporada y el drama está servido. Gana al Barça y, en vez de una semana de paz y optimismo, se abre una crisis interna con Vinicius. Su capacidad para el autosabotaje es admirable. Ha entrado el club en una espiral de histeria más que de exigencia: nada basta. Los triunfos se disuelven en apenas horas; los tropiezos duran semanas. El Madrid tiene su propia unidad de medida del tiempo. Ganar la Copa de Europa parece lo único que te salva una temporada, como si eso fuera lo natural. Si juega Mastantuono, el problema es Endrick. Si juega Endrick, hay caso Rodrygo. Si juega Rodrygo, ¿dónde está Gonzalo? Y atrévete a cambiar a Mbappé y Vinicius, visto lo visto.
“Esto es el Madrid, chico”, dicen algunos aficionados. No. El Real Madrid es apretar los dientes y saber sufrir. Pero sin caer en la autolesión y en la paranoia. Porque a veces el equipo parece esa canción de Johnny Cash, Hurt, en la que cantaba que se había cortado solo para saber si seguía sintiendo algo, fijándose en el dolor. La única cosa real. Los árbitros, la FIFA, Tebas, la Federación, los vecinos del Bernabéu, los nuevos millonarios que compran clubes, la prensa, Lamine Yamal, sus propios entrenadores. Todos son enemigos, reales o en potencia, del Madrid. Traidores a la causa. Ecos de una amenaza eterna e invisible.
Y entre tanto ruido, hay jugadores superados y perdidos. No sabemos si futbolística o espiritualmente. Rodrygo se ha quedado varado en tierra de nadie, ese no-lugar donde todos los que te rodean te dicen que eres el mejor, pero los números dicen lo contrario. No ha dado un paso adelante en lo físico y no quiere, puede o sabe jugar ya por banda derecha. Mientras tanto, su valor de mercado no deja de caer. Vinicius vive desde hace tiempo a 1’5X, como los audios de Whatsapp acelerados, protagonista de su propia película. Camavinga y Brahim han pasado de revulsivos a sedantes. Y Mastantuono aún no ha mostrado nada especial ni deslumbrante, más allá de la voluntad y la pierna dura.
Se repitió hasta la saciedad que el Mundial de Clubes no contaba. Que era un banco de pruebas, un capítulo de transición. Pero quizá era justo lo contrario: el espejo en el que mirarse. Con sistemas distintos, cierta alegría sobre el campo, jugadores por descubrir. Una promesa de algo parecido a la tranquilidad. Pero así camina el Madrid, entre explosiones y cenizas, oliendo a Napalm desde por la mañana, sin saber si le da más miedo perderlo todo o no sentir nada cuando gana.
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