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Un gin-tonic en el desierto

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Desde el Valle de la Muerte, el lugar más árido e inhóspito del mundo, se llega a Las Vegas por carretera en dos horas. Se pasa de la escasez a la abundancia con una rapidez desconcertante. Una riqueza que aparece sobrevenida, artificial, presuntuosa. Los mejores hoteles, verdes jardines, fuentes gloriosas, como la del Bellagio, brotan en medio del desierto, desafiando la lógica. El Barça se halla en Las Vegas, ciudad que lo representa fielmente: luces brillantes donde había tierra baldía, y cuando se publique esta columna se habrá enfrentado al Real Madrid. El club azulgrana se halla en la autopista de salida de su particular desierto, donde perdió la brújula, la cartera y casi la honra. Y anda el rival preocupado por si se salta el control de velocidad o algún peaje. Es una preocupación enternecedora, fraternal, lo hacen porque son buenos y caritativos, no quieren que los blaugrana se extravíen de nuevo.

¿Es esta reconstrucción un artificio, un engaño, un desértico espejismo quizá? A juzgar por la oposición a que suceda, parece que no. Cada fichaje acertado, cada palanca activada, cumbre escalada, aumenta el consumo de omeprazol entre los puros de corazón, albinos economistas sobrevenidos, y la mitad culé que medra para retomar el club y terminar de hundirlo. Que el mejor goleador mundial haya elegido Barça los ha acabado de rematar.

Le pediría a Laporta y Alemany que terminaran de realizar sus gestiones con algo menos de incertidumbre: no hay fichaje que no haya estado a punto de no realizarse, parece que la bola va a descarrilar, pero siempre vuelve a la ruleta y por ahora cae en azulgrana. O provocan ellos mismos el drama o se mueven demasiado bien en el filo de la navaja. Parece que con Koundé también saldrá bien la jugada, veremos. Nos hallamos, pues, en el inicio de la gran apuesta, quizá por una vez no gane, como suele, la banca, y el jugador pueda salir corriendo y sonriente del casino, siempre perseguido por la autoridad del omeprazol y los puñitos cerrados.