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Es verdad eso de nadie nos habla con tanta dureza como nos hablamos a nosotros mismos. Hablarnos con severidad implica, entre otras cosas, fantasear con situaciones que nunca han sucedido, abrumarnos por alguna circunstancia futura y fatídica (por supuesto, siempre fatídica) que tal vez nunca suceda, o ser incapaces de vivir en el presente. Si el miedo agudiza los sentidos, la ansiedad directamente los paraliza.

El otro día veía a Paula Badosa en el segundo set del partido de cuartos de final del US Open, un set que iba ganando 5-1 y que terminó perdiendo, y casi podía sentir esa ansiedad que traspasaba la pantalla. “Tenía muchas frases negativas en mi cabeza. Y había un momento que… había tanto, tanto, tanto ruido. Y encima tampoco puedo escuchar bien a mi equipo. Y no sé lo que me están diciendo en ese momento. Y además con el ruido interno mío me he hecho muy pequeña. Y lo primero que quería hacer, si soy sincera, es irme de la pista”, dijo después del partido.

La ansiedad por rendimiento llega cuando sentimos que no somos capaces de manejar una situación. A veces es solo como un ruido de fondo. Otras veces es más insistente, una presencia casi física. Si para cualquiera de nosotros es paralizante, imaginaos para un deportista metido en una pecera desde donde todos les podemos observar. Imaginaos para un tenista, completamente solo en medio de una pista. Por eso me encanta que Paula Badosa hable siempre con tanta naturalidad de sus problemas de salud mental, especialmente en un deporte como el tenis donde la cabeza es tan importante, donde no hay una verdadera temporada baja o donde perder la oportunidad de participar en un torneo puede cambiar tu carrera.

“Mentalmente no estoy bien. He dado pasos hacia atrás de cabeza, y no entiendo por qué”, decía Carlos Alcaraz tras caer eliminado en el US Open. Lo suyo parece un momento de frustración puntual, casi que por agotamiento después de una temporada larguísima. Veremos. En cualquier caso, nada se pierde hablando de las frustraciones o ansiedades propias. Nunca es síntoma de debilidad; al contrario: no hay otro modo de salir de ese bucle en el que nos metemos que hablando sobre ello.

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