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Hace tres días, en este mismo espacio, escribí una columna previa al Masters en la que lanzaba una pregunta: ‘¿Qué Nadal jugará las ATP Finals?’. La cuestión era discernir si el Rafa Nadal que iba a comparecer en Turín sería el campeón de la primera parte de la temporada o el tenista renqueante de los últimos meses. Es decir, si Nadal iba a ser capaz de emular a aquel jugador del inicio del año que se plantó en Australia con numerosas dudas, sólo unas semanas después de haber meditado su retirada, pero salió coronado, y a aquel otro que sumó su 14º título de Roland Garros con un pie anestesiado. O si, por el contrario, íbamos a toparnos con ese Nadal que no ha podido enlazar una racha regular en competición: unas veces por lesiones varias, en el pie o en los abdominales; otras veces, por cuestiones emocionales, como le ocurrió en el US Open en la recta final de su paternidad, y, en algunas ocasiones, simplemente porque con tanto parón no ha podido recuperar su nivel. Seguramente esto último es lo que le ha ocurrido aquí. Porque ya tenemos la respuesta a la pregunta...

Nadal ha perdido sus dos primeros partidos ante Taylor Fritz y Felix Auger-Aliassime sin ganar un set. Tampoco es que haya jugado mal del todo. Este mismo martes tuvo cinco puntos de break ante Auger. Si hubiera roto el servicio en alguno, quizá hablaríamos de otro guion. Pero el deporte de élite no vive de los condicionales, sino de los hechos. Y es un hecho que Rafa no se encuentra para rendir a esa altura. No es lo mismo regresar ante las mejores raquetas del circuito, que arrancar ante rivales de menos fuste en un Grand Slam. Como tampoco era lo más óptimo hacerlo en una superficie hostil a sus cualidades, para colmo frente a dos sacadores. Nadal lo ha intentado pese a su falta de rodaje, eso hay que aplaudirlo. Pero los resultados demuestran que no era el sitio ni el momento. Que Nadal no está todavía.