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Nadal llena el vaso

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Cuando parecía que volvía a ver la luz con la terapéutica victoria en su debut en el Open de Australia ante Jack Draper; cuando parecía enderezar el feo desenlace de la temporada 2022, plagada de lesiones y de parones; cuando parecía que iba a disponer por fin de cierta regularidad de juego, tan necesaria para coger ritmo y recuperar sensaciones, una nueva nube oscura cubrió la andadura de Rafa Nadal. Su enésima lesión, esta vez en la cadera, le impidió competir en plenitud ante Mackenzie McDonald. Y ha quedado eliminado. Puede ser una nube pasajera, como tantas que ha superado durante su longeva carrera, en la que totaliza casi cuatro años de inactividad con la suma de todas sus lesiones. Pero según va aumentando su edad, y ya tiene 36, y los contratiempos se encadenan cada vez con más frecuencia, es inevitable que los aficionados, los analistas, su propio equipo y hasta el mismo Rafa presientan que los nubarrones, cada vez más negros, se extienden sobre su futuro.

El campeón de 22 títulos de Grand Slam confirmó tras la derrota que su intención es “seguir jugando al tenis”, lo que supone un cierto alivio para paliar el bajón que provocó su adiós a Melbourne. A Nadal no le gusta que le pregunten por su retirada, una cuestión que se reitera cada vez con más frecuencia. Y está en su derecho de agarrarse a la épica que siempre ha acompañado a su vida, mucho más cuando hace sólo un año protagonizó en Australia una de sus mayores gestas en la final ante Daniil Medvedev, o cuando fue el único tenista en conquistar dos grandes en 2022. No hace tanto de ello. Pero también es cierto que al propio Rafa se le nota cada vez más desesperado. Y a su entorno, más decaído. El balear hace mayor hincapié que nunca en palabras como “cansado”, “triste”, “decepcionado” o “destruido”. Los golpes duelen más que antes. Es “el vaso que se va llenando”. Y un día de estos puede rebosar.