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Nadal, camina o revienta

De milagro en milagro. Y de prodigio en prodigio. Rafa Nadal sigue escribiendo su historia, con 36 años, desafiando a la lógica, a las señales de dolor que emite su cuerpo y a cualquiera de los rivales que se le ponen por delante. El 20 de agosto del año pasado puso fin a la temporada amargado por su lesión crónica en el pie izquierdo. En septiembre, se le vio con muletas. En noviembre, le soltó a Carlos Moyá una de esas frases que le definen: “A tope. Y si me rompo, me rompo”. Llegó al Abierto de Australia y lo ganó remontando dos sets a Daniil Medvedev (“El título más inesperado de mi carrera”, confesó). Grand Slam número 21 al raquetero.

Después aterrizó en Roland Garros cojeando. Sin ningún título en tierra y dejando una imagen aterradora frente a Denis Shapovalov en Roma, ante el que pasó un suplicio. Con el pie adormecido por la anestesia, Rafa fue capaz de dejar en la cuneta a Auger-Aliassime, Novak Djokovic, Alexander Zverev y Casper Ruud. Al número uno y a aspirantes a serlo. Dio igual: 22 Grand Slam. Y en Wimbledon y tras someterse a un tratamiento innovador (la última bala...), el pie le da tregua pero su abdominal estalla frente a Fritz. Su padre Sebastián y su hermana Maribel le instaban angustiados a que se retirara. Pero aguantó. Al límite. Como muchas otras veces en su carrera. Ahí está. En semifinales de Wimbledon. Y mañana será otro día... Otro día para seguir creyendo en milagros. Nadal camina o revienta.