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Murcia y Córdoba aclamaron a Morata

En España le hemos hecho una especie de bullying a Morata durante bastante tiempo, admitámoslo. El macizo de la afición, y hasta de la prensa, aún compartimos una exigencia un poco brutal hacia el fútbol, añorante de viejos modos castrenses. De Morata se repudiaba su gestualidad de niño rico, su voz, la exhibición de su almibarada vida de pareja... Sus cambios de equipo tampoco ayudaban: para muchos atléticos, estaba manchado por su pasado en el Madrid; para muchos madridistas, era un renegado fugado al Atleti. Para casi todos, falsa moneda que de mano en mano va y ninguno se la queda.

Y el caso es que jugando siempre fue todo un tío. Va para adelante, recibe golpes, no vuelve la cara, viene a la media a desahogar, es compañero solidario. Falla goles, como todos los delanteros que están en la brecha, pero también los mete. Con 37, es el cuarto en la historia de la Selección, detrás sólo de Villa (56), Raúl (44) y Torres (38). Es fácil imaginarle pronto en el podio, y se puede reseñar que mientras Torres empleó 110 partidos en alcanzar esos 38 goles, él sólo ha invertido 82 en sus 37. El último de ellos llegó el martes. Tras fallar, sí, algunas ocasiones, incluso un penalti. Pero no se afligió, insistió y marcó.

Tampoco le agobió el público de Córdoba, que coreó su nombre, como había hecho el de Murcia. La mirada sobre él ha cambiado tras su entrevista en la COPE con Herrera júnior, ante el que se explicó con calma. Su vida entre nosotros había llegado a ser agobiante, temía hasta escuchar alguna impertinencia cuando iba con sus hijos por la calle, así que hay que entender que aceptara una oferta para regresar a Italia, donde se le mira como un futbolista más. Una lección para todos. Somos demasiado ligeros a la hora de la crítica aunque sólo la motiven cuestiones superficiales y nimias, y eso crea sufrimiento.