Mendilibar y Mourinho, qué diferentes
Terminado el partido y enviado mi artículo a As vagué por radios y televisiones. Me paré en El Chiringuito, donde un plano fijo nos mostraba a un Mourinho doliente desgranando sus jaculatorias de mal perdedor. Un alegato extenso, en un bonito italiano, o así me lo pareció, engrandeciéndose a sí mismo como suele. Por la solemnidad de su pose me pareció estar asistiendo a una especie de remedo cutre de aquel “la Historia me absolverá” de Fidel tras el fallido asalto al cuartel de Moncada. Hemos perdido, pero hemos salvado la dignidad. Claro, Mou, es lo más frecuente. Perder no es deshonra, salvo que se deshonre el perdedor a sí mismo.
Y eso hizo él, con su empeño en achacar la derrota al árbitro y con su estrepitoso despliegue de postureo al final. Ya en la mañana de ayer vi que antes de que Montiel lanzase el cuarto penalti se fue a la fila del Sevilla y abrazó a un estupefacto Mendilibar, como felicitándole prematuramente. Durante la ceremonia de entrega, se preocupó afanosamente de robar algún plano aplaudiendo a propios y ajenos, moviéndose de aquí para allá y retirándose campanudamente la medalla de plata, indigna de su valía. Finalmente, se dejó ver en el aparcamiento para encarar al equipo arbitral. Todo un teatrillo para exhibir su soberbia herida. No sabe perder.
Lástima, porque aunque sus equipos rara vez sean bonitos de ver, es un buen entrenador. En general ofrece buenos resultados. Pero esa tendencia a la sobreactuación gamberra le ha ido alejando de los clubes de la alta aristocracia europea y le ha rebajado un peldaño, al espacio de clubes como el Roma donde para tocar el gran fútbol tiene que esperar a que caigan de arriba los ‘tiburones fracasados’. Como el Sevilla, desprendido de la Champions y que de la mano de ese Mendilibar tan discreto se llevó la copa en la tanda de penaltis, que viene a ser la ‘foto finish’ del fútbol. Mourinho y Mendilibar, ¡qué formas tan distintas de estar en el fútbol!