Marc Márquez ya está en paz
Nos ha hecho disfrutar y llorar junto a él, porque alude a un campeonísimo que ha regresado de las tinieblas para subir al altar del que nunca tenía que haberse bajado


Ha sido un fin de semana rico en emociones polideportivas, con un variado menú que abarcaba desde el sabor añejo de la Ryder Cup, con gotas de clase de Jon Rahm; al Mundial de ciclismo, con una nueva exhibición de Tadej Pogacar en ardiente venganza sobre Remco Evenepoel y un octavo puesto de Juan Ayuso en el debut como seleccionador de Alejandro Valverde; pasando por la Supercopa de baloncesto, con victoria del Valencia sobre el nuevo Real Madrid de Sergio Scariolo; el derbi de LaLiga, con esa manita inesperada del resucitado Atleti sobre su eterno rival de Madrid; o el avance de Carlos Alcaraz en Tokio… Pero, por encima de estos vibrantes sucesos, ha habido un nombre propio que nos ha hecho disfrutar y llorar junto a él, porque alude a un campeonísimo que ha regresado de las tinieblas para subir al altar del que nunca tenía que haberse bajado: Marc Márquez.
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Márquez ha sumado su noveno título mundial, que es el séptimo en MotoGP, para igualar a otro grande, a su odiado y a la vez admirado Valentino Rossi, y auparse al segundo escalón del ranking histórico detrás del inalcanzable Giacomo Agostini. El español se ha coronado a falta de cinco grandes premios para el final del Mundial, tras un dominio incontestable a golpe de récord. Sus números son deslumbrantes. Pero eso no ha sido lo más importante. Como ha escrito el propio Marc en sus redes: “Mucho más que un número”. Porque detrás de este éxito hay un relato de superación, que comenzó aquel fatídico 9 de julio de 2020 cuando se cayó en Jerez. Después vinieron sus cuatro operaciones de húmero, otra en una mano, sus problemas de visión doble, su salida de su escudería de toda la vida… Su anterior título lo había rematado en Tailandia en 2019. Entonces lo celebró con la bola negra del billar. Honda le recordó ayer, en un cariñoso mensaje, que esa bola ocho no ha sido el final del juego. Seis años después, Márquez cierra el círculo en Motegi, un circuito talismán donde ya se había coronado otras tres veces, después de una dura lucha contra las adversidades. “Estoy en paz conmigo mismo”, dice Marc. Con lágrimas en los ojos. Con las lágrimas del campeón que siempre ha sido.
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