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Los excesos de Marc Márquez

Con los resultados de las carreras de Portimao en la mano, uno tiende a pensar que la vida sigue igual en el Mundial de motociclismo. Los pilotos españoles dominaron en las categorías de Moto3 y Moto2, con el estreno triunfal de Dani Holgado y la reconfirmación del fenómeno Pedro Acosta. Y Pecco Bagnaia, el vigente campeón, venció en MotoGP, igual que había hecho el día anterior en la Sprint. El dorsal 1 mantiene el cartel. Todo sigue prácticamente igual, sí… Y eso incluye que Marc Márquez continúa siendo más noticia por desgracias, que por su rendimiento regular en la competición. La pole y el podio del sábado habían acrecentado una esperanza que no estaba asentada en sólidos pilares. La ilusión empujaba a pensar, o más bien a desear, que Marc tenía opciones de aguantar el pulso con las Ducati, que con su clase podía compensar el déficit de la Honda. Pero no es así...

Márquez parte en inferioridad mecánica en esa lucha, lo que le obliga a pilotar al límite, por encima de las posibilidades de la máquina, y muchas veces espoleado por un exceso de ganas, por su ansia de volver a ser el mejor, de reencontrarse y de agradar a la afición. Cuando andas sobre el alambre, es más fácil caerte que cuando pisas firme. El problema es que, en el motociclismo, un deporte de riesgo, cuando te caes, no sueles hacerlo solo. Te puedes llevar a alguien por delante. Y eso es lo que ocurrió en el GP de Portugal, con tan mala suerte que arrolló al ídolo local, Miguel Oliveira, lo que le valió un abucheo general. De paso, arruinó la carrera de Jorge Martín, que aspiraba al podio. Nadie quiere caerse, claro, y menos tirar a nadie, pero hay accidentes más evitables que otros. Ha pedido disculpas, sinceras, y ha recibido una sanción, justificada. Pero lo importante es que la historia no se repita. Por su bien. Y por sus colegas. MotoGP necesita a Marc. Y viceversa. Pero no así.