Llegó Jude y besó el santo
Nadie diría que Bellingham tiene solo veinte años y que apenas lleva diez meses en el Real Madrid. La adaptación del muchacho al juego, a la manera de competir y al sentimiento del club ha sido la más veloz que se recuerda. Un futbolista tan joven que viene de otro país, de un equipo que no era dominante, que no habla el idioma, que tiene que amoldarse a un puesto inédito y a compañeros que no conoce, suele necesitar una temporada o más para integrarse bien en su nuevo papel. Jude, en cambio, demostró desde el principio que se sentía cómodo en el desafío, con un promedio goleador inesperado y una identificación total con el temperamento de un veterano del club, como si hubiera entendido desde el inicio la singularidad de este equipo.
Esa conexión se nota en el juego, en su sacrificio, en sus carreras defensivas o en su carácter rebelde, que a veces le ha jugado malas pasadas al empecinarse en angustias arbitrales. También demuestra haber asumido la idiosincrasia del club en su manera de comunicar, en lo que dice delante de los micrófonos, como ese “solo sé que somos el Real Madrid” premonitorio antes de jugar en el Etihad la vuelta ante el City. Su estampa celebrando con los brazos y las piernas abiertas es ya un icono madridista. Los tres goles marcados ante el Barça, el penalti que lanzó en Mánchester, el partidazo en San Mamés, la carrera en el gol de Nápoles, el control con el pecho para marcar ante el Betis... ¡Hey Jude!