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¡Campeonas! La Selección femenina sub-20 se proclamó campeona del mundo hace casi una semana frente a Japón. Las hemos visto celebrar como se merece y cantar con estilazo adaptaciones de Rosalía.

Todo este ambiente de brindis y abrazos contrasta con el tono que se vive en la absoluta. ¿Qué es lo que sucede? Lo mismo que hace unos años con el antiguo entrenador, Ignacio Quereda, y el anterior presidente de la RFEF, Ángel María Villar. Las jugadoras sienten que el nivel del seleccionador no es el adecuado, que las decisiones son caprichosas y, lo peor de todo, intuyen que están perdiendo una oportunidad de oro por cabezonerías e inseguridades.

Rubiales renovó a Jorge Vilda justo antes de la Eurocopa y no pareció un respaldo al trabajo bien hecho sino una urgencia por blindar a su gente. Vilda, amante del fútbol de toque, entró en el puesto sin experiencia alguna y cuando tomó el mando, lo primero que hizo fue quitarse del medio a dos jugadoras extraordinarias que siempre dieron la cara por el grupo. ¿Qué mensaje lanzaba en ese momento? Que no le gustan las jugadoras con carácter, que reivindiquen. Apuesta por muchas jugadoras muy, muy jóvenes que, de esta manera, pueden sentir que le deben el puesto. Las convocatorias nunca han parecido justas, lo que genera desconfianza y miente públicamente sobre quienes cuestionan sus decisiones absurdas. A lo largo de estos siete años, ha dejado a delanteras clave sin convocar o en el banquillo (Bermúdez, Amaiur) cuando, precisamente, a la selección le falta ese colmillo. Y nunca mejora los equipos con los cambios

¿Qué actitud adoptó cuando la mejor jugadora del mundo, entre otras, pidió que se fuera? Insistir en que no piensa dimitir (ese clásico español) y mantener reuniones individuales con las jugadoras, una forma de coerción, que muestran un desconocimiento del funcionamiento interior y emocional de un grupo. Si las más preparadas creen que no estás a la altura, tal vez sea hora de dar un paso atrás. Es ley de vida, no ley de Vilda.