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La urna en la que se guarda lo que somos

En su charla con AS antes de esta gala, Natalia Zassoulskaya, una de las mejores de la historia del baloncesto ruso (que no es poco decir), recordaba su oro en Barcelona 92, mientras se resquebrajaba la Unión Soviética en la que había crecido y ella y sus compañeras competían bajo aquella extraña bandera de la CEI (Comunidad de Estados Independientes). La mayor felicidad posible de una deportista mezclaba con la sensación de estar quedándose sin país, de no saber dónde iba a volver. En ese 1992, Sasa Danilovic ganó la Euroliga con aquel Partizán de Fuenlabrada, exiliado en el extrarradio de Madrid durante la Guerra de los Balcanes.

Después, Danilovic fue el primer serbio que, en un Cibona-Virtus de Bolonia, jugó en Croacia, donde fue recibido de forma atroz. Esquirlas de un mundo que cambió antes nuestros ojos como cambió el baloncesto, el deporte; Todo. Y puede que, finalmente, ese sea el gran valor del Hall of Fame, una urna en la que tipos así, con historias increíbles, nos recuerdan de dónde venimos, qué somos. Caminos que, además, se cruzaron con España, del Partizán de Fuenlabrada a la vida en Valencia de Zassoulskaya o los años de Luis Scola en Gijón y Vitoria. Una parte de lo que somos que nunca deberíamos dejar de tener presente.

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