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La paradoja de Montjuïc

El Barça se juega esta noche la temporada frente al Nápoles. Alejados a ocho puntos del Real Madrid en LaLiga y con la sospecha de que ni los blancos cederán, ni ellos serían capaces de aprovecharlo porque no les da el juego y de alma andan justitos, pasar a cuartos en la Champions League es, tanto económica como deportivamente, la tabla de salvación. Que el partido se dispute en Montjuïc en lugar de en el Camp Nou es un problema como expresó el propio Xavi después del empate en la ida admitiendo sentir la lógica nostalgia de un estadio, su casa, que han reducido a escombros que toca retirar. La paradoja es que si esta temporada hubieran jugado ahí en lugar de en el Lluís Companys resulta difícil imaginar la calma chicha de la que están saliendo por el momento bien parados tanto él, como sobre todo Joan Laporta.

Montjuïc se está viviendo como un purgatorio por el que la mayoría de la afición culé no ha querido pasar y las gradas están cebadas por guiris que lo mismo te hacen la ola con el Granada como ante el Mallorca aunque sobre el césped haya poco que festejar. En el Camp Nou no se habría admitido que el Barça firmara partidos tan lamentables sin que la reacción hubiera sido una bronca a la altura. El adiós en diferido de Xavi dejó expuesto, sin parapeto, a Laporta, que vive sin oposición, pitos ni pañoladas mientras la planificación deportiva es cero patatero porque son dos adolescentes —Lamine Yamal y Pau Cubarsí— los brotes verdes a los que se agarra una institución perseguida por las deudas y los acreedores y en la que amigos, conocidos y familiares han reemplazado a ejecutivos y profesionales.

La situación es tan angustiosa que Xavi no dejó ayer de repetir la idea de que no hay que sentir miedo; prueba evidente del yuyu que tienen pegado a los huesos y que él pretende exorcizar sólo con nombrarlo, pero es el presidente Laporta el que debe estar rezando a todos los santos. Porque si hoy no pasan a cuartos, no podrá esconderse ni en Montjuïc.

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