La eterna capitana de la Selección
Wonny Geuer me contaba en una de las entrevistas previas a este Hall of Fame que el oro de Perugia fue el premio al esfuerzo, que ella había comenzado en una Selección que acababa siempre de las últimas y que pudo cerrar su etapa con España subida a lo más alto. Laia Palau aterrizó casi una década después de la matriarca de los Hernangómez y su llegada coincidió con el despertar del basket femenino. Porque aquel oro de Perugia, al que sucedieron un octavo puesto en el Mundial y una décima plaza en el Eurobasket, parecía casi un espejismo, pero no lo era. Fue llegar Laia y España volvió a carburar. Y de qué manera: 12 medallas en los 19 veranos que pasó en la Selección.
Laia fue una jugadora incombustible, casi inmortal, como pensaban algunas de sus compañeras, que se retiró con 42 años porque quiso, no porque las lesiones la retiraran. Una trotamundos que aparcó en varias ocasiones su adiós, porque siempre veía retos en el horizonte. Tras colgarse la plata olímpica en Río, muchos creían que ese era el mejor final posible para nuestra capitana, pero no. El siguiente Europeo, que llegó bañado en oro, era en Praga, una ciudad especial para Laia, que allí había ganado su segunda Euroliga; al año siguiente, Tenerife disfrutaría del Mundial y, claro, en el horizonte también estaban los Juegos… Tokio supuso su adiós y, desde entonces, a todos se nos hace raro ver a la Selección sin ella. Una base que hacía todo fluir en silencio, la compañera perfecta, la eterna capitana y la gran mentora. El baloncesto se lo debe todo.
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