Su trayectoria con la Selección es legendaria. Laia es la jugadora con más partidos (314) y medallas (12) en la historia del baloncesto español.
Laia Palau Altés (Barcelona, 1979) lo ha ganado todo a nivel de clubes, pero su carrera con la Selección es inmejorable. Es la jugadora con más partidos (314) y medallas (12) en la historia del baloncesto español. Una leyenda que desarrolló gran parte de su carrera en Girona, donde ahora es directora deportiva, y que además jugó en Francia, República Checa, Polonia, Australia y, también en España, en el Valencia.
Fue la primera que llegó a las 1.000 asistencias en la Euroliga. Pero en su palmarés siempre brillarán, sobre todo, las medallas internacionales: tres oros, una plata y cuatro bronces europeos, una plata y dos bronces mundiales y una plata olímpica, en Río 2016. Una leyenda que en 2023 también puede presumir ya de formar parte, con la mayor de las justicias, de nuestro Hall of Fame. Laia, sencillamente, es una parte muy importante de la historia de nuestro baloncesto.
¿Cómo te sientes entrando en el Hall of Fame?
Es un honor. Siempre gusta que destaquen tu trabajo. Es un reconocimiento muy chulo, pero no tengo una muy buena gestión de estas cosas. Es como cuando me retiraron la camiseta… No he hecho las cosas para estos reconocimientos, pero cuando suceden son chulos. Además, cuando ves los nombres que tienes al lado piensas que debes haber hecho cosas en este mundo, que formas parte de la historia del baloncesto.
¿Te sientes a la altura de los compañeros premiados?
Sí, sí, a nivel de carrera y de currículum obviamente. A nivel de popularidad ya es otra cosa. Pau, Navarro, Aíto, Nowitzki… Son quienes han escrito la historia del baloncesto en España. Yo he jugado con la Selección más que nadie, he estado veinte años con esta pelota. Hay cosas en las que no me puedo parecer a ellos, pero la carretada de Europeos y Mundiales que he jugado es grande. He vivido esto mucho más que mucha gente, me siento a la altura. A nivel de notoriedad, menos. Esto es así. No por mí, eh. Alba Torrens tiene seis Euroligas por ejemplo, o Silvia Domínguez que ganó tres consecutivas con tres equipos distintos, o Anna Cruz que tiene un anillo de la WNBA… Aquí tenemos a Marc Gasol que ha ganado un anillo y es el jefe del mundo.
¿Eso te molesta?
Nuestros éxitos siempre son menos considerados y lo entendemos, sabemos en qué mundo vivimos. No es una queja, es así. Es un orgullo estar al lado de todos los premiados, me siento muy reconocida. También valoro mucho que sigan contando conmigo, tener trabajo en el Girona y en la Federación. Eso es otro premio. Yo siempre me he sentido profesional. He hecho lo mismo que ellos en peores condiciones, peores pistas, menos sueldo, peores viajes... pero he hecho lo mismo.
¿Uno se cansa de recibir premios?
No te puedes cansar de las cosas buenas. Los premios siempre han sido una consecuencia, no un objetivo. Yo trabajaba para ser cada día mejor, no entrenaba para el Europeo o el partido del domingo. Lo que eleva el nivel es la exigencia del día a día. Los premios son la recompensa. No empezaba la temporada pensando que debía ganar la Liga; Claro que era el objetivo, pero lo importante era el camino. Si sitúas el listón en la exigencia diaria, caen cosas. Cuando miro atrás veo que he ganado mucho. He tenido muchas compañeras que han trabajado igual, han peleado igual y a lo mejor han quedado segundas trescientas veces. Yo tuve la suerte de estar en proyectos ganadores que te permiten jugar finales. Y, además, gané muchas.
¿Tuvo usted más suerte que alguna de sus compañeras?
¿Qué es la suerte? En nuestro deporte, que es muy de precisión, pesa. No puedes entrenarlo. Tú puedes hacer mil tiros al día pero el día de partido no es nunca como el de entrenamiento. Tu has hecho ese gesto mil veces, pero siempre es diferente. La suerte existe en el baloncesto. El tiro de Anna Cruz en los cuartos de los Juegos de Río que nos hace pasar a semis es un churro maravilloso. ¿Fue suerte? Pues sí. Hay una parte de talento de ella, evidentemente, pero también hay suerte. Lo que no es suerte es crearte la opción de que suceda eso. Que no se la bote en el pie, que decida tirar, que llegues empatado… La oportunidades te las creas tú trabajando. Luego hay un componente de suerte. Son esas cosas mágicas, intangibles, que nos suceden a todos en la vida.
¿Cuál es su primer recuerdo de baloncesto?
Con mi padre y mi hermano. Mi padre fue jugador aunque se lesionó muy pronto. Nosotros hemos jugado mucho, incluso mi madre. En el pueblo, viajando... siempre había una pelota. Jugué al baloncesto, al bádminton, al fútbol… De hecho casi juego a voleibol. Todo me valía. Me daban una pelota y un equipo y ya me iba bien. Después, en el Joventut Les Corts es donde empiezo, la primera imagen que tengo con uniforme.
Nuestro mundo es muy absorbente y si no encuentras algo externo te puedes obsesionar. El baloncesto es infinito y hay que intentar encontrar el equilibrio
¿Cómo recuerda el paso a dedicarse exclusivamente al baloncesto?
Me costó un poco. Ahora las cosas han cambiado, pero en ese momento no sabíamos que esto podía ser una profesión. Para mí, era una afición, un camino natural: un club, otro, selección catalana, tecnificación, Selección española… Me lo fui encontrando, igual que ahora el Hall of Fame. Mi virtud ha sido la duración, empecé tarde. No es como ahora, antes era un páramo. Lo pasé mal porque cuando llegué al senior no sabía que habían contratos, la Euroliga... Fue Carme Lluveras la que me dijo que si quería vivir de esto me tenía que dedicar sin concesiones. Entonces dudé, no sabía si me gustaba lo suficiente. Tuve mucha guerra interna. Yo me enamoré del baloncesto muy tarde, a partir de los treinta y pico. Claro que me gustaba, pero creo que lo he sufrido más que otros. Siempre tuve una batalla interna, venía de otro mundo. Estudié educación social, me interesaban otras cosas. Pero físicamente mis padres lo hicieron muy bien, tengo un talento físico que me ha permitido no lesionarme y jugar hasta los 42. No sabía si quería dedicarme al cien por cien, si quería que el baloncesto definiera mi vida. Pero salió muy bien.
¿Recuerda más las victorias que las derrotas?
Es que he ganado mucho más de lo que he perdido. Es una gran suerte, una pasada. A nivel mental, la gestión del fracaso es fundamental. Cada día fallas. Los mejores jugadores del mundo tienen un 50 por ciento de acierto: fallan uno de cada dos tiros. Es imposible vivir cada día pensando que vas a fallar. Para llegar a la excelencia, fallas. Eso es complicado. La suerte que tengo es que he tenido muchas recompensas: al final me he comido el pastel.
¿Cómo valora su experiencia fuera de España?
Lo guardo como el tesoro más preciado de mi vida. Cuando veo a algunas americanas que vienen aquí como podrían estar en cualquier otro lado, que no salen de casa, que solo ven Netflix y van al pabellón... no lo entiendo. Yo intenté siempre buscar sitios donde quería estar, donde hubiera algo más allá del baloncesto. El proyecto deportivo siempre fue lo primero, equipos donde pudiera ganar. La Euroliga y la Selección siempre han sido mis faros, pero hay más cosas en la vida. Nuestro mundo es muy absorbente y si no encuentras algo externo te puedes obsesionar. El baloncesto es infinito y hay que intentar encontrar el equilibrio. Esa es otra de mis virtudes, haber acertado con los equipos. Por ejemplo, tenía claro que a Rusia no quería ir, me daba igual lo que me pagaran. Que luego son prejuicios, eh, pero yo lo sentía así, igual que la WNBA. No me gustaba tanto como para hipotecar mi vida. Yo he estado jugando con las mejores del mundo, la competencia ya me suponía la leche. Mi carrera se ha definido más por los noes que por los síes. Incluso en la pista. La determinación de no tirar, de pasar, también es una decisión propia. Sin tirar ni una canasta mira todo lo que he conseguido...
¿No le quedó esa espinita de no haber jugado en Estados Unidos?
En absoluto, si no hubiese ido. Incluso ahora muy al final, cuando fui a Australia, me salió una semioferta, una opción de irme a Los Ángeles a un equipo magnífico. Me lo planteé en serio, por primera vez pensé que sería capaz de aceptar todo lo que supone ir a la NBA. No solo es el baloncesto. Yo sabía que mentalmente me supondría un estrés, que no estaría bien. Y eso me daba miedo, no me veía preparada. Luego pasaron los años, me volvió a salir pero no me queda ninguna espina. Me ha ido fenomenal.
Yo estuve en el foco por ser la capitana de la Selección. Ahora ya no soy jugadora, soy un símbolo. Es la responsabilidad que me toca. Y estoy súper a gusto
Usted ha tenido una relación muy especial con la Selección…
Se vive muy diferente. La Selección es muy guay. Es un objetivo distinto, muy corto y con un premio muy grande. Sea el torneo que sea, en un mes y medio se decide. En un club hay convivencia, pero en la Selección son 24 horas al día. Tu compañera de habitación está todo el día a tu lado. Como yo soy muy social, para mí era fenomenal. Lo de la Familia es muy así, es tener la sensación de que te vas de campamento. Y eso es difícil. Es un espacio muy particular, de mucho orgullo. Vas con las mejores, hay una gran competitividad. Todas veníamos de ser estrellas en nuestros equipos y los roles cambian. Eso se habla con el entrenador pero siempre hay que cambiar de tercio con el añadido de la convivencia. Ser un buen compañero es más importante que ser un buen jugador. Le doy mucho valor a tener una ética de ayudar a tener un día a día de calidad, a hacer buenos los días de los demás. Lo contrario mina mucho. En la Selección empujábamos todas dejábamos el egoísmo de lado. Fue una gran escuela.
¿La Selección cambió mucho durante su etapa?
De cuando empecé a lo que es ahora no tiene nada que ver. Ahora es uno de los mejores equipos del mundo. No sé cómo funcionan las otras selecciones, pero tanto hombres como mujeres nos sentíamos bien yendo a la Selección y eso se traspasa de generación en generación.
¿Si se tuviera que quedar con éxito, cuál sería?
La plata olímpica en Río 2016. Nos metieron un baño en la final, pero los Juegos siempre tienen algo muy particular. También por el momento, estábamos in crescendo. Cada verano ganábamos, funcionaba y jugábamos bien. La final fue ante Estados Unidos y nos metieron un baño. En femenino las americanas están a años luz del resto. Van siempre las buenas, tienen compromiso y crearon un equipo. Si además son las mejores, las meten todas y son enormes era como… apaga y vámonos. Para nosotros fue como un oro. El oro de los mortales.
¿Destacaría alguno más?
Las dos Euroligas. Y también valoro mucho los tres oros en Europeos. Siempre he pensado que no éramos tan buenas, que había equipos mejores como Francia o Serbia. Y pese a ello ganábamos nosotras. Con humildad, que es una gran virtud que hemos tenido en la Selección. Siempre salíamos pensando que quizás perdíamos... pero al final ganábamos.
¿Se siente un referente del baloncesto?
No mucho… Me he sentido así más en la parte final de mi carrera, a medida que ha pasado el tiempo. En el mundo exterior no abundan las personas con criterio, lo que diga mucha gente no tiene porqué ser la verdad. Yo me centré en lo que yo pensaba, en los resultados. Ser un referente no lo busqué, pero sí que en los últimos tiempos lo sentí más. He vivido muchos años de baloncesto, no es lo mismo con 20 que con 40. Yo estuve en el foco por ser la capitana de la Selección. Ahora ya no soy jugadora, soy un símbolo. Es la responsabilidad que me toca. Y estoy súper a gusto.
¿Usted tuvo referentes durante su carrera?
Yo no tenía ídolos. Me daba igual. Tenía a Michael Jordan colgado en la habitación o una Gigantes que te llegaba, pero nunca fui muy de ídolos aunque en mi casa se seguía el deporte y el baloncesto. Fui a los Juegos de Barcelona a ver al Dream Team. No era superfriki ni mucho menos. A nivel de mujeres, para mi mi referente eran las senior. Las chicas del siguiente equipo. Era donde quería ir a parar.
Ha nombrado usted varias veces a su familia. ¿Ha sido clave en su carrera?
El entorno de un deportista es esencial: mi familia me ayudó. Tenía un criterio pero nunca lo impusieron. Mi padre solo me preguntaba si lo había pasado bien. Nada más. Ahora hay algunos padres que no se qué pretenden qué sean sus hijos. Esta niña a la que le dicen “va, que serás como Laia Palau” y pienso ¿y qué?. Yo lo entiendo, he sido una privilegiada y he tenido una vida fantástica pero no soy la definición de éxito total. No sé qué proyectan en sus hijas.
¿Cómo vive ahora el baloncesto sin vestirse de corto?
Regular, es curioso. Quiero estar a pie de pista pero me pueden las ganas. Quiero expresar o transmitir el baloncesto que tengo. Soy bastante mandona. Como base es una buena cualidad. Has de intentar tener buenas ideas para que la gente te quiera seguir, ese es el secreto. Pero me puede, soy muy pasional, tengo mucha energía. Lo vivo mal porque estoy lejos de lo que pasa. Estoy en un proceso de adaptación al postprofesionalismo. Justo lo hablaba con Marc (Gasol) que no toma la decisión, que está con ese debate interno. Mi suerte es que lo tuve muy claro. Vi que era el momento. Yo quería dejarlo yo, no quería que me retiraran las lesiones. Eso me tenía obsesionada. A pesar de que pienso que podría haber jugado más porque físicamente estoy bien. Pero tenía muy claro que lo quería dejar mandando. A tope. Jugando en la Selección y en un equipo competitivo. No agoté del todo el baloncesto y eso es difícil. La batalla fue dura. Y me gusta mucho lo que hago, estoy muy involucrada y súper bien pero hay un duelo. No deja de ser un duelo, un mar de fondo continuado. Mi vida de repente ya no es igual. Si no juegas no eres jugador de baloncesto. Desaparece completamente. Quizás es así en todos los trabajos. Me falta la adrenalina de la competición.