La credibilidad arbitral está bajo mínimos
Por limitarnos a los dos partidos gordos del domingo, vemos que la Real está en un grito por la diferente interpretación de Munuera de las manos de Morata y Carlos Fernández, y que en Granada el estadio coreó “¡Negreira, Negreira!” por el segundo gol del Barça… que a su vez se vio privado luego del 2-3 por un fuera de juego bastante gaseoso. El problema es que ya, ¿quién sabe nada, como decía el Loco de la Colina? El mareo del Reglamento, cuyo Antiguo Testamento añoro más cada nuevo partido que veo, ha creado confusión entre aficionados y los propios árbitros, formados en un fútbol que les van cambiando cada verano, a capricho, con matices chorras.
Quizá algunos no sean tan esclarecidos como quisiéramos, pero reconozcamos que su trabajo, difícil siempre, se ha complicado más. Les ha ocurrido eso de “cuando teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas”. Y al aficionado, también. ¿Quién sabe nada? El Nuevo Testamento introduce cada poco innovaciones para aclarar algo que estaba muy claro con el resultado de oscurecerlo. La pretensión de enmendar el viejo y venerable Reglamento que conocimos me recuerda lo de aquel letraherido que reescribió El Quijote en verso. Una autoridad literaria le dijo tras recibirlo: “¿Por qué lo ha hecho? ¿No le gustaba como estaba?”.
Tanta majadería pone el VAR en el centro del debate. Una lástima, porque en los partidos pasan otras cosas que luego se olvidan. En el Metropolitano vimos un fútbol vibrante entre dos de los equipos fuertes del campeonato. Nivel Champions. En Granada llegó el gol más joven de la historia de nuestra Liga, obra de Lamine, al que lamento que no le lleguen más balones. Y el gran público pudo disfrutar de un regateador sensacional, Bryan Zaragoza. Especie en peligro de extinción, nos mostró en él la belleza y excelencia de ese tipo de juego. Pero la confusión con las reglas y la ominosa presencia de Negreira lo emponzoñan todo.
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