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Despertó la final de Copa un entusiasmo entre las aficiones de los dos contendientes que sólo se alcanza cuando ganar no es lo habitual. Es cierto que ha ganado mucho a lo largo de la historia el Athletic, pero para varias generaciones esos triunfos pertenecían a las batallitas de los padres y de los abuelos. Ya no. Con un sufrimiento que hizo que algunos de sus hinchas creyeran en maldiciones, el conjunto de Valverde levantó el título y es imposible no alegrarse por un entrenador mayúsculo como él, uno de los tipos que contribuyen a que nuestro fútbol sea más sano. Ernesto ya tenía dos Ligas e incluso una Copa –y unos cuantos trofeos más de sus años en Grecia–, pero nada es comparable a la victoria con el club del que uno es hincha. Después de ser injustamente valorado en Barcelona, volver a casa tenía un componente de riesgo extremo, porque fallarle a tu gente duele más que un fracaso profesional en cualquier otro lado. También en la final asumió riesgos: quitó a Iñaki, a Galarreta, a Sancet, a Guruzeta… Cambios que habrían sido reprochados en caso de derrota. Apostó por Julen en la portería dejando en el banquillo al mejor portero de España y su joven guardameta suplente fue el héroe en la tanda. El fútbol le debía mucho al Txingurri y se lo devolvió en la noche de Sevilla.

El desenlace fue extraordinariamente cruel para el Mallorca, un poco como aquella vez en Valencia en la que otra tanda de penaltis le condenó contra el Barcelona. Resulta complicado convencer hoy a un aficionado del conjunto balear de que puede haber mucho orgullo en la derrota y de que al fin y al cabo lo que queda para siempre son las experiencias: el viaje, las horas previas, la comunión con los tuyos, el sentido de pertenencia. Vivimos en una sociedad en la que sólo parece digno aquel que gana y en la que se normaliza la burla hacia el que pierde. Pero no amamos este juego por cuánto ganamos o por cuánto perdemos: lo amamos porque nos conecta con los nuestros y porque nos hace sentir vivos. El dolor tiene incluso un punto romántico: lloramos porque nuestro club nos importa, y ya sólo porque nos importa hemos ganado.

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