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Ferrándiz después de Ferrándiz

La marcha de Ferrándiz duele como la de Santana o Nieto porque forma parte del puñado de pioneros que abrieron el panorama deportivo de un país que hasta los sesenta no conocía nada más allá de lo que podríamos llamar trilogía clásica: fútbol, ciclismo y boxeo. La televisión, entonces emergente, llevó a los hogares españoles esos deportes que no conocíamos. Ferrándiz fue el autor intelectual del Madrid de baloncesto, que mantuvo viva la llama del Real Madrid en los años en que, periclitada la generación de Di Stéfano, el de fútbol dejó de reinar en Europa. A aquel Real Madrid de Ferrándiz debe el baloncesto su implantación en España.

Ya se ha contado suficientemente cómo lo dejó joven “porque los títulos me salían por las orejas”. Pero no paró ahí. Creó la Fundación Ferrándiz, con un edificio-museo en Alcobendas del que hizo un templo del olimpismo y del baloncesto. Aquello no fue un mero panteón de recuerdos: ofreció el recoleto auditorio a este periódico para un Foro Ferrándiz-As en el que durante años se debatieron, con los más importantes invitados, los temas de fondo de nuestro deporte. Para AS fue la ocasión para escapar de las imposiciones del calendario competitivo y poner luces largas. Para él, la felicidad de hacer de su foro el centro del debate nacional.

Cerca estaba su casa, un ático en el que organizaba almuerzos off the record para provocar encuentros, reunir antagonistas, limar asperezas, dar consejos... Cuando ya en el octavo piso de la vida decidió volver a su Alicante natal siguió recibiendo, en el retiro discreto de una sensacional terraza sobre la playa, a quienes extrañaban su consejo. Sólo suspendió esos encuentros hace poco, ruboroso de su decrepitud. Ahora que no está, quiero divulgar que a aquel primer Ferrándiz, entrenador genial y agitado, le sucedió el Ferrándiz informadísimo, anfitrión insuperable y consejero desinteresado e influyente de todo el deporte español. Descanse en paz.