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El VAR santifica los agarrones en las áreas

Sinceramente, tiendo a solidarizarme con los árbitros españoles, para los que cada vez todo es más difícil. Para empezar, les cambian las reglas cada poco, y eso ya sería suficiente para compadecerles. Estudiaron un Reglamento que ahora emborronan año tras año con absurdos matices, de modo que pueden decir aquello de que cuando se sabían todas las respuestas les cambiaron todas las preguntas. Luego está la sombra de Enríquez Negreira, frente a la que sus mandos no han sabido hacer otra cosa que simular que eso no pasó. Y pasó. Pasó mientras hacían carrera los que ahora dirigen el CTA. Y luego el VAR, traidor bajío en el que naufraga todo.

Pero es que además se meten en líos por su gusto. Veamos tres goles cuyas sucesivas anulaciones provocaron follón: el del Girona a la Real, el del Almería en el Bernabéu y el del Madrid ante el Sevilla. Los tres con un mismo origen: el sexador de pollos descubre en el inicio de la jugada (en el caso del gol del Girona un origen muy remoto) algo ni claro ni manifiesto, avisa al árbitro, éste consulta la pantalla y lo anula. En cada caso perdemos cuatro minutos y ganamos un follón. Si no se hubieran anulado nos habríamos ahorrado las tres veces cuatro minutos y un follón. Pero el emboscado de la sala VOR quiere hacerse notar y no encuentra mejor manera.

Me irrita que el VAR hile tan fino en jugadas así y en fueras de juego por el pelo de una gamba y despache con indiferencia el creciente número de agarrones en el área, algo que está degenerando en epidemia. ¿Qué les dice el árbitro a los jugadores cuando aplica ese ‘protobobo’ (Antonio Romero ‘dixit’) del sermón antes de cada córner? ¿Que no se agarren o que si se agarran no importa? Al tiempo perdido en la advertencia sucede la impunidad plena de agarrones que fuera del área sí se sancionan. Es la última moda: vale abrazar al atacante como si fuera un pariente regresado de la guerra. Los árbitros lo tienen difícil, pero ellos mismos lo lían más.