El final soñado en Benidorm
El ciclismo de ruta está en marcha. Las grandes fechas del curso asoman aún lejanas, pero ayer ya hubo un repertorio suficientemente amplio para hacer boca. En horario australiano, el Tour Down Under lanzó el World Tour con el triunfo local de Jay Vine y el tercer peldaño del podio de Pello Bilbao. Buen comienzo. Luego, en horario europeo, la Clásica de Valencia abrió al esprint el calendario español, con triunfo de Arnaud de Lie. Y más tarde, en Argentina, la Vuelta a San Juan arrancó con Remco Evenepoel y Egan Bernal entre sus ilustres inscritos. La carretera ya está en liza, sí, y no parará hasta mediados de octubre, pero los ojos de los aficionados apuntaban este domingo a otra especialidad, el ciclocross, que celebraba en Benidorm la última prueba de la Copa del Mundo, con la mejor participación posible. Hacía once años, desde Igorre 2011, que España no acogía a la élite de una modalidad que arrastra masas en Bélgica. El retorno fue espléndido.
Unos 13.000 espectadores se acercaron al circuito. Muchos de ellos, entre los españoles, no habían visto nunca un ciclocross. Otros, los europeos, andan de vacaciones en la Costa Blanca. Gran acierto llevarlo allí. Pero lo mejor fue el desenlace soñado, el pulso entre Wout van Aert y Mathieu van der Poel, los dos ases de la disciplina, para resolver un final que decantó este último, quien rompía así la racha de tres victorias consecutivas, y ocho en total, que acumulaba el belga. También corrió Thomas Pidcock, el tercer tenor, que cerró con un quinto puesto su temporada de cross. El 5 de febrero no defenderá el arcoíris. Los tres son también estrellas de la ruta. Esa es una razón del repunte mundial del ciclocross. Pero hay otra. Aunque la especialidad suena a clásica, y lo es, el formato se adapta al gusto actual: solo una hora de carrera, plena de intensidad. El pasado encandila al presente.