Dueños contra invitados
Escribo desde Nur-sultan, la capital kazaja renombrada en honor al primer presidente de la República. Aquí aún se recuerda con orgullo la edición de la Champions 2015-16, cuando el FC Astana logró alcanzar la fase de grupos y fue capaz de mantenerse invicto en su propio estadio. Hasta aquí -lejísimos- viajaron el Atlético Madrid, el Galatasaray y el Benfica. Todos empataron. El conjunto kazajo acabó la liguilla con cuatro puntos, insuficientes incluso para acceder a la Europa League, pero su participación estuvo por encima de las expectativas y se consideró muy positiva. Más allá de las repercusiones económicas que tuvo para el club, el fútbol de su país logró una visibilidad importantísima para su crecimiento.
Este tipo de cuestiones, la posibilidad de que los campeones de las ligas menores accedan a la máxima élite y su público pueda disfrutar de vez en cuando de ver en vivo a jugadores que normalmente sólo aparecen en sus televisores, están en juego en la famosa batalla de la Superliga, que vivirá el mes que viene un episodio trascendente con la resolución judicial en el tribunal europeo. Debo reconocer que no soy optimista. Si la justicia observa la cuestión como una contienda meramente empresarial, lo lógico es que dictamine que la UEFA no puede tener el monopolio de la organización de las competiciones -entendidas éstas como oportunidades de negocio-. Lo que yo defiendo es que este asunto no se debería juzgar como una cuestión mercantil y que hay que entender la naturaleza del deporte y su lógica competitiva. No tendría demasiado sentido entrar en un mundo en el que distintos entes organizaran torneos sin conexión entre sí, dificultando que el aficionado tuviera claro quién es realmente el mejor. El fútbol debe estar centralizado en su organización y los torneos deben ser diseñados y arbitrados por federaciones que no participen en ellos como competidoras. De lo contrario, un club que sea dueño de la empresa que rige el campeonato tendría ventajas y privilegios con respecto a los que sólo sean invitados, y eso atentaría contra la integridad del deporte.