Demasiadas goteras en los Juegos de París

He leído y escuchado opiniones contradictorias sobre la ceremonia inaugural de los Juegos, que por mi parte sólo me gustó realmente en su tramo final, digamos que desde la entrega del fuego de Zidane a Nadal en adelante. Antes me pareció que París, cuyos encantos nadie ignora ni se recata en alabar, se colocó a sí misma por encima de los competidores, reducidos a decorado móvil y ensopado. Eso sin contar el sentimiento de ofensa que la parodia de la ‘Última Cena’ provocó a muchos creyentes. No soy de piel fina en este sentido, pero en una ceremonia que se pretendía tan inclusiva sobraba toda provocación.

París es una maravilla, pero era día para los Juegos, y por otra parte tan larga ceremonia sirvió para desvelar lo que venía siendo el secreto mejor guardado del mundo: su mal tiempo. Pero lo que de verdad lamento es que, después de ponerse tantos moños, a la hora de la verdad la organización no esté a la altura. Ya en la propia ceremonia, durante el desfile de las barcazas, se produjo la confusión de anunciar por la megafonía oficial a Corea del Sur como Corea del Norte. Y el agua del Sena quedó insalubre para el triatlón, a pesar del baño propagandístico, a lo Fraga en Palomares, de la alcaldesa Anne Hidalgo.

Hay quejas sobre el estado de la pista de Roland Garros. Djokovic denunció la presencia de doblistas de muy bajo nivel para rellenar ausencias en el torneo individual. El poco fondo de la piscina dificulta las marcas. En fútbol, un dron de Canadá burló la seguridad para espiar un entrenamiento rival; a Sudán del Sur le pusieron en su partido ante Puerto Rico el himno de Sudán del Norte, con la que está en guerra; y en el Marruecos-Argentina no se supo controlar a la afición promarroquí, lo que llevó a una interrupción de dos horas, con VAR pendiente. Mucho lucir París, pero demasiado fleco suelto a la hora de la verdad.

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