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Ni un vulgar piscolabis. Contaba quejoso Luis Suárez Miramontes, primer Balón de Oro español, que no le habían organizado ni siquiera una merienda para celebrar su premio, ese minúsculo trofeíto que se entregaba sobre el terreno de juego casi entre bromas, como esos trofeos de patrocinadores absurdos que luego nunca sabes dónde has dejado al volver al vestuario. Pero aquel baloncito dorado a escala Torico de Teruel ya nunca le abandonó.

El diminuto galardón hacía honor a O neno, un niño del barrio de Monte Alto en Coruña, que habría sido albañil de no jugar al fútbol, que al llegar al Milan neroazzurro se convirtió en El Arquitecto de La grande Inter: un señor con poco pelo, repeinado para atrás como un duque, que seguió siendo Luisito. Las fotos de aquel día histórico son un tesoro: muestran a un Kubala esquinado, huidizo. Era la otra estrella de aquel Barça que se deshizo tras caer en la final de la Copa de Europa de Berna (la de los postes cuadrados) contra el Benfica, el último partido de blaugrana de ambos. La afición del Barça la tomó con el chaval, que no entendía qué culpa tenía en aquella rivalidad que estuvo a punto de hundirle.

Tenemos que encontrarle un apodo a Rodrigo Hernández Cascante, que también lo pasó mal cuando no era ni suplente en la cantera del Villarreal, después de que el Atleti le dejara marchar. Podría ser, como llaman en Latinoamérica a los líderes, El Licenciado. Porque Rodri lo es dentro y fuera del terreno de juego, con su diploma en Empresariales y su autoridad sobre el verde. Le montaron un show, hubo cóctel de lujo en esa gala Ferrero Rocher del Ballon d’Or y en la foto no apareció su némesis, aunque la imaginamos.

Los otros Balones de Oro españoles, Aitana Bonmatí y Alexia Putellas, unidas por la A de sus sonoros nombres propios, no tienen diminutivo ni lucen sus dos apellidos. Entre los chicos hay una fina línea, la del centro del campo, que une al 10 goleador con el 5 armador, que vincula eternamente el peso funcionarial de sus nombres completos con la genialidad de Luisito y Rodri. Han cambiado los oropeles y han mejorado los canapés, pero la sencillez del héroe ha viajado 64 años en el tiempo.

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