De la Copa América a la Ryder Cup
La Copa Ryder es una suerte de reedición de la Copa América sobre el cuidado césped que inventaron los británicos

La primera competición deportiva entre Estados Unidos y Europa no se disputó sobre un cuidado green sino sobre el mar. Ni siquiera se habían fijado aún las reglas del fútbol en una taberna londinense. Inglaterra era el imperio y EEUU un proyecto de destino en lo universal. En la Isla de White, al sur de Gran Bretaña, competían a mitad del siglo XIX las mejores embarcaciones de dos mástiles del imperio victoriano cuando los emergentes Yankees osaron desafiarlas. Construyeron en tiempo record una goleta con cuadernas de madera californiana para cruzar el Atlántico y presentarse para competir contra lo más granado del imperio. Era la Copa de las Cien Guineas que entregaba su graciosa majestad entre lo más selecto del club de oficiales de Piccadilly. La goleta en cuestión se llamaba América. Cuentan las crónicas que no tuvo una buena salida, pero a la meta llegó mostrando la popa a sus perseguidores británicos. Enterada de la humillante derrota, la reina Victoria preguntó a su ayudante de cámara, a modo de consuelo, quién había sido el segundo. La respuesta de este quedó esculpida en bronce para la historia: ‘Majestad, no hay segundo´.
La Copa del América está registrada desde entonces como la competición deportiva más antigua de la humanidad, juegos olímpicos del Peloponeso aparte. Hoy sigue disputándose, aunque con los modernos catamaranes que cortan el mar más rápido que un velero bergantín ya apenas se distingue la popa de la proa. EEUU presume hoy de ser el imperio global: militar, económico y cultural. Sin embargo, da la impresión de que en sus dominios ya se ha puesto el sol. El astro rey alumbró siempre los imperios, de ahí la frase de Felipe II: “en nuestros dominios nunca se pone el sol”. El nacimiento y ocaso de los imperios siempre ha seguido su caminar, de oriente a occidente: Persia, Macedonia, Atenas, Roma, España, Francia, Inglaterra, EEUU,… Ahora el sol empieza a alumbrar el lejano oriente asiático. Trump y sus astracanadas paletas solo representan el grito desesperado de la decadencia. Igual que en el imperio español, su declive va a asombrar en todo caso por su larga duración.
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La Copa Ryder es una suerte de reedición de la Copa América sobre el cuidado césped que inventaron los británicos. Allí el terreno suele ser suave y nada ácido, sin helechos o malas hierbas. Ver las banderas irlandesas, escocesas o españolas ondeando al viento, nuestro gallardete azul bordado con estrellas amarillas agitado en cada hoyo frente a los insultos y agresiones trumpistas del campo de golf neoyorkino donde se disputó el trofeo, fue como la devolución de la Copa América 175 años después. Los Europeos ganamos con nuestros valores, los del juego colectivo, en equipo, y sucumbimos frente a la modalidad individual y egoísta de la última jornada, más propia de los norteamericanos. En eso salimos ganando. Uno sólo viaja más rápido, pero juntos se llega más lejos, dice el refrán. Por eso acabó ganando la vieja Europa. Solo deseo que cuando Trump haya preguntado, apretando los labios y el ceño de sus cejas, quien ha quedado el segundo, algún alto cargo de la Casa Blanca le haya contestado: “Majestad, no hay segundo”.
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