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Celebración restringida y sin Pepe Reina

La Federación organizó una fiesta de bienvenida a los campeones de Róterdam, una idea buena pero que provocó la inevitable comparación con aquellos festejos de tres lustros atrás. Esta fue muy otra cosa, y no sólo por la ausencia de la alegría contagiosa de Pepe Reina, sino también porque la Nations League aún no ha calado. Lo que han ganado estos chicos es una competición oficial que ha enfrentado a las mejores selecciones europeas (o a todas, si se considera que por tratarse de la tercera edición las que empezaron en el cuarto escalón habrían podido alcanzar ya el primero), que todas querían ganar y que ha venido a España. Pero…

No se ha sentido como un éxito grande y eso no hay quien lo fuerce. Quizá algún día esta competición sea vista como un título europeo del nivel de la Eurocopa, no lo sé. No es fácil por la inflación de competiciones que hay, que hace que nos abracemos a las ya asentadas y desconfiemos de las que surgen, algunas volátiles, con aire de inventos recaudatorios. Esta edición, encima, ha venido interrumpida por un Mundial incrustado en su desarrollo por sus forzadas fechas invernales, lo que ha hecho que esta final a cuatro quedase descolgada en la memoria del aficionado de la fase de clasificación del torneo, lo que la ha hecho más irreal.

Pero conviene examinar de cerca lo que ha conseguido este grupo de jugadores no tan buenos, aupados desde su estatura para hacer un buen equipo. Han ganado a Italia y a Croacia, han ido a más en los dos partidos, han trabajado con Luis de la Fuente los lanzamientos de penalti y gracias a ello afrontaron la tanda con serenidad. Han vuelto a poner a la Selección en órbita, después de tantos malos recuerdos acumulados desde la decadencia de la generación tiqui-taca, con aquella mala salida de Lopetegui y las turbulencias del periodo Luis Enrique-Robert Moreno-Luis Enrique. Paz y un título, eso hacía falta y eso tenemos. Merecían un festejo.