Buzón de quejas del Balón de Oro
Comienza la semana que más aborrezco periodísticamente, la del Balón de Oro.
Venimos de semanas en las que se ha repetido hasta la extenuación eso de que “no hay que mezclar el deporte con la política” como si el deporte no estuviese profundamente moldeado por el contexto social y político en el que se desarrolla (siempre lo ha estado), o como si el deporte solo se pudiese centrar en debates más superficiales y anestésicos.
En este sentido comienza la semana que más aborrezco periodísticamente del año: la previa del Balón de Oro. Ahora, además, tenemos a la inteligencia artificial haciendo pronósticos, como si los nuestros no fuesen suficientes. Decía que aborrezco la previa del Balón de Oro, pero en realidad el debate abarcará también los días posteriores en los que todo se verá inundado por la marea habitual de felicitaciones magnánimas y quejas compungidas por un premio individual. .
La cosa alcanzó el culmen de la exageración el año pasado cuando medio país estuvo enfurecido porque había ganado el Balón de Oro un futbolista español por delante de Vinicius, del mismo modo que este año habrá indignación, seguro, si lo logra Lamine Yamal por delante de Dembelé, si lo logra Dembelé por delante de Lamine Yamal, o si lo logra un tercero en discordia (el caso es indignarse).
Creo que, en realidad, no me gusta la semana del Balón de Oro porque no me gusta el premio en sí, porque creo que los logros individuales dentro de un deporte esencialmente colectivo no deberían tratarse con tantísima ostentación, porque me sigue pareciendo imperdonable que Iniesta no lo consiguiese y porque siempre tengo la sensación de ver un espectáculo de inautenticidad sin ninguna emoción memorable (aunque esto quizás es un problema de las galas futbolísticas en general, o de la expresividad de los propios futbolistas en particular).
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Dicho esto, por supuesto que veré la Gala del Balón de Oro porque reconozco que tiene algo profundamente irresistible: la reunión de iconos, incluso superada la era Messi-Cristiano. Esa es la clave de todo: el fútbol necesita iconos para sobrevivir y los iconos necesitan su dosis pomposa de reconocimiento.
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