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¡Ay, los Mundiales!

Es imposible no sentir cierto cosquilleo en el estómago según se acerca la fecha. Ay, los Mundiales... tan crueles casi siempre, tan benévolos tan pocas veces. Mis recuerdos de la infancia me llevan a las colecciones de cromos de los Mundiales de los años 70, y los cromos de Bobby Charlton y Uwe Seeler, tan calvos, tan hermosos. En aquella época era impensable llegar a ningún lado, ahora todo es posible. De ahí el cosquilleo. Aunque supongo que el cosquilleo viene dado por la magnitud de la cita, más que por las propias posibilidades de triunfo. El cosquilleo será parecido en Francia y en Ecuador.

Llegamos a ese país raro en esa época rara y perfectamente podríamos plantarnos en una final. Por qué no. Creo en Luis Enrique y en esta Selección, a pesar de las tremendas resacas que nos dejaron el gol de Torres, primero, y el de Iniesta después.

Luis Enrique está haciendo una magnífica labor. El quid de la cuestión está en que los jugadores crean en él y le consideren el gran líder. Al estilo Luis Aragonés, mucho genio y a muerte con los chicos, tanto como los chicos con él. Es más importante hacer grupo que hacer equipo, y Luis Enrique parece que ha aprendido bien las lecciones de algunos entrenadores que empeñaron sangre, sudor y lágrimas en hacer más grupo que equipo. Casi siempre triunfaron.

El primer partido del Mundial me pilla en México. También voy con México. Y con Argentina y Ecuador. Y con Uruguay, y con Costa Rica. Todas las selecciones que hablan mi idioma van conmigo y yo voy con ellas. Me pondré la camiseta tica cuando jueguen los costarricenses, y la albiceleste que me firmó Maradona cuando juegue Argentina. Yo sigo soñando con una final entre equipos hermanos, entre equipos que hablan la misma lengua. O, por lo menos, que lleguen muy lejos. Soy un ñoño, supongo, pero hay cosas que llevo muy dentro, como por ejemplo mi amor innegociable, loco y profundo por Latinoamérica. Una final Argentina-España, por ejemplo, sería un sueño para mí. O México-Uruguay. Sigamos soñando.