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Leo a muchas personas indignadas por la celebración antideportiva de los argentinos con los holandeses y no queda más remedio que ponerle contexto a ese disgusto. ¿Tenemos estómago para apasionarnos por un Mundial tan inmoral como el qatarí pero nos ponemos exquisitos cuando dos equipos intercambian insultos al aire? Es como darle la mano a Al Capone y que te moleste el color de su camisa. Cuando repaso algunas reflexiones recuerdo lo que contaba Hernán Casciari sobre su padre en uno de sus cuentos. Casciari, que es argentino, pero entonces vivía en Barcelona, invitó a su padre al Camp Nou. La idea era recompensarlo por todas las veces que le había llevado de niño al campo de Racing, en Avellaneda. Ambos entraron al gigante azulgrana con ilusión hasta que a mitad del primer tiempo, el hijo observó el disgusto en la cara del padre y le preguntó qué le pasaba. “Es todo muy aburrido: los de la platea alta ni siquiera te mean”.

Hoy criticamos a los argentinos y les pedimos cambiar. Y a nosotros mismos nos exigimos poco, si acaso que acabe pronto ese ruido de fondo incómodo antes de sentarnos a disfrutar del siguiente partido. Y la siguiente cita en mis prioridades es un Argentina-Croacia con todas las papeletas para convertirse en un drama. La selección argentina me interesa más que ninguno de los otros semifinalistas por su pasión novelera. Francia impresiona, Croacia y Marruecos hace tiempo que eligieron el papel de héroes, pero Argentina es otra cosa. Es material inestable. Es la persona abollada al fondo de la barra del bar. No deberías acercarte a ella pero… Es imposible no reconocerse aunque sea un poquito en su vorágine.

Además, da la sensación de que los argentinos no juegan tanto por la gloria, sino por no defraudar las expectativas de la historia. Su combustible es el ansia, en el pecho llevan una batidora y eso me enamora. No son bonitos de ver, pero tienen de su lado tres detalles que hacen campeones a los equipos: una fuerza animal para ir hacia delante cuando la casa comienza a arder, más cintura táctica que el resto y al mejor futbolista del mundo. Les tengo tanta fe que a estas alturas creo que solo podrían ser víctimas de su propia identidad. De querer poner más huevos que Croacia. De querer poner más huevos que los argentinos que más huevos pusieron. Lo noto en Messi, tan maradonizado de un tiempo a esta parte para alegría de los que así le ven encaje en el puzzle emocional. Como sea, campeona o emborrachada de sí misma, Argentina me va a mantener pegado a la televisión hasta el final.