Instinto de superviviente, instinto de depredador

Nada distrajo al Madrid de su trabajo, que era llevarse el título sin atender a razones que pesaban de verdad en la final. El efecto de la demora en el comienzo del partido, por ejemplo, un problema para el orden público fuera del estadio y para la concentración en el vestuario. Una vez más, la hinchada inglesa demostró la clase de incontinencia que invita a la tragedia. Por momentos regresaron las imágenes de la masacre de Hillsborough en 1989, donde fallecieron 96 aficionados del Liverpool. El otro gran factor era un rival temible, famoso por su inagotable energía y varios jugadores de gran prestigio. El Liverpool no defraudó, pero salió derrotado. En las finales, el Madrid tiene un ojo clínico.

Ganó la Octava en 1998, después de 32 años de sequía, y desde entonces no ha parado. Final disputada, final conquistada. Ocho, en total. Nadie se le acerca ni en la suma de títulos de campeón, ni en la secuencia de victorias. Ha jugado 17 finales, ha ganado 14. El dato resulta tan contundente como el doble efecto que provoca. Al Real Madrid le transmite una seguridad desconocida para el resto de sus rivales. Ni los más competitivos, caso del Bayern o del Liverpool, destilan esa indefinible ventaja que se asocia al Real Madrid, que ha incorporado la autoridad de sus éxitos para llenarse de optimismo y disuadir a los adversarios.

Kroos, Casemiro y Modric, la Santísima Trinidad del centro del campo madridista, posan con la Decimocuarta.

El Madrid jugó la peor de sus últimas ocho finales, y no en todas desplegó un buen fútbol. Su mejor partido ocurrió en Cardiff frente a la Juve. Venció sin problemas y muchos goles. En París 2000 dio buena cuenta del Valencia, a pesar de su mala clasificación en la Liga. Terminó quinto y el título de campeón de Europa le permitió acceder a la siguiente edición. Más habitual ha sido el sufrimiento, los partidos apretadísimos, las proezas del suplente Casillas, el gol de última hora de Sergio Ramos, las prórrogas, la tanda de penaltis en San Siro, contra el Atlético de Madrid, la melonada de Karius en Kiev. Nada le ha impedido proclamarse campeón y dejar en estado de shock a sus rivales.

Al Madrid no se le explica en los términos clásicos del fútbol. No le define un estilo, ni un entrenador. No marca tendencia y en muchos casos no se le tiene por el mejor equipo de Europa, salvo por un matiz crucial: derrota una y otra vez a los mejores equipos no de Europa, sino del mundo. Trufado de figuras, el PSG es uno de ellos. El Manchester City es el ganador de cuatro de las últimas cinco inglesas. El Chelsea ha sido tercero en la Premier y precedió al Real Madrid como campeón de Europa. En el estadio de Saint-Denis, el Real Madrid completó la barrida inglesa. Se ha impuesto a los tres primeros del campeonato que presume de ser el mejor del planeta.

Venció de manera similar a sus éxitos con el PSG, Chelsea y City. Fue inferior casi siempre al Liverpool, que remató más, jugó mejor y dio le sensación de empaque que le faltó al Madrid. No se puede reprochar nada del Liverpool. Llegado el caso, se encontró con la soberbia réplica de Courtois, que desplegó en la portería madridista todas las artes que no manifestó Alisson en el otro lado. Courtois se sintió invulnerable, disfrutó de un partido que al resto del equipo le resultaba incómodo y se erigió en el héroe de la noche. No hizo nada diferente a sus anteriores grandes noches. Cómo olvidar el extraordinario despeje al tiro de Grealish en el minuto 89, instantes antes de que el Madrid marcara dos goles en los siguientes dos minutos.

Courtois, no hace tres años abucheado en un partido con el Brujas, se ha proclamado mejor portero del mundo, una garantía que le ha funcionado al Madrid en momentos de máxima dificultad. Por la misma época de las críticas al portero belga, se discutía a un joven extremo brasileño. La mayoría de los aficionados no le veían condiciones para instalarse en el Real Madrid. Sobre Vinicius se hacían chistes. A día de hoy, es uno de los jugadores más destacados del fútbol.

En la final, Vinicius se ocupó de llevar al Liverpool a zonas de poca seguridad. Estiró en solitario al Madrid y la preocupación que causó fue solventada por el imponente Konaté, central con botas de siete leguas. Pero llegado el momento, Vinicius se impuso en el duelo que le beneficiaba. Apareció a la espalda de Alexander-Arnold –un fantástico futbolista– para marcar el gol de la victoria. Alfa (Courtois) y Omega (Vinicius) decidieron una final que remitió a las tres eliminatorias precedentes. En todas pintó muy feo y en todas venció. De ese material depredador está hecho el Real Madrid.