Será una noche para recordar

Estamos más cerca del momento crucial. La semana se está haciendo interminable. Ya me estoy cansando un poco de que todo el mundo me pregunte si va a subir el Real Valladolid. ¡Y yo que sé! Todos queremos que por fin pase algo extraordinario y la clasificación registre un diabólico vuelco a última hora en favor del Pucela. Pero no nos engañemos. Los que dependen de sí mismos son Almería y Eibar. Aunque el comportamiento de Alcorcón y Leganés permite confiar en que algo puede pasar. Eso sí, siempre y cuando el Valladolid haga sus deberes y gane al Huesca.

Pase lo que pase será una noche que merecerá la pena vivir. Si es para bien, porque siempre se recuerda con el paso de los años como se vivió un ascenso a Primera. Y si no, pues porque se habrá intentado y se reforzará la confianza para el playoff de ascenso que está muy próximo a comenzar.

Yo he vivido cinco ascensos del Real Valladolid. Cada uno ha sido una historia bien distinta. Recuerdo el primero, el que significaba que pudiera ver por primera vez al Valladolid en Primera División. Uno nació cuando el club blanquivioleta navegaba en Segunda con una peligrosa inclusión en Tercera en los últimos años de los sesenta y la década de los setenta. Y fue en la 79-80 cuando iba a regresar a la Primera de la mano de Eusebio Rios ganando 1-0 al Racing y sin que hubiera celebración ya que quedaban dos jornadas y faltaba un resultado de otro campo por confirmar. Fue el ascenso más esperado tantos años después y el más soso que recuerdo.

En 1993 el Valladolid iba a ascender en Palamós. Dependía de sí mismo y necesitaba ganar a un rival que no se jugaba nada. Pero no lo parecía. Los catalanes jugaron a tope y casi amargan a los de Felipe Mesones. Sufrimiento máximo y explosión final. La afición pucelana viajó en un tren especial.

El tercer ascenso que viví está ya en la mente de casi todos por cuestión de edad y de cercanía. Fue el ascenso meteórico de Tenerife con Mendilibar. Victoria clara por cero a dos y fiesta en la isla esa noche para que al día siguiente Valladolid se echara a la calle a recibir a sus héroes. Fue algo impresionante, imposible de olvidar.

El cuarto llegó de la mano de Djukic ante el Alcorcón. Sufrimiento máximo con madrileños colgando balones en los minutos finales y Dani Hernández, el portero del Valladolid, achicando agua como buenamente podía. No pude vivirlo en el campo. Ese año las emisoras de radio no retransmitíamos desde los campos porque Tebas nos lo impidió. Lo narré desde los estudios de la SER en Valladolid, pero la emoción fue la misma.

Y el último, el más reciente, el del playoff con Sergio ante el Numancia. El más tranquilo. El 0-3 de Soria dejó todo encarrilado. Menos mal que el gol soriano en Zorrilla llegó al final. La apoteosis con el empate de Mata sobre la bocina. Guión de película. El ascenso que mejor supo por ser el menos esperado dos meses antes.

Así que espero vivir el domingo el sexto. Nunca había llegado el Valladolid en una situación tan complicada y sin depender de sí mismo. La noche será para vivir una explosión de alegría o para que los aficionados regresen a sus casas serios y pensando en el playoff. Pase lo que pase, hay que estar allí. Siempre será una noche para recordar.