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Este Real Madrid también sabe remontar

El Madrid de Pablo Laso es admirable. Cuando todos le dan por derrotado, como sucedió hace un par de meses con una racha negativa que no parecía tener fin, tuvo el valor de cortar por lo sano al borrar de un plumazo a dos jugadores que pese a su calidad navegaban en otra dirección, como fue el caso de Heurtel y Thompkins. El vestuario recogió el mensaje y desde entonces vuelven a jugar como un EQUIPO en mayúsculas. Todos ayudan al compañero, defienden como fieras y arreglan sus propios errores con acciones que te levantan del asiento. Por ejemplo, ese taponazo bestial de Poirier a Laprovittola después de haber perdido el francés un balón en ataque.

En el descanso, las sensaciones eran malas y en las casas de apuestas todos daban ganador a un Barça en el que Mirotic se erigía de nuevo en el verdugo de su exequipo. En Belgrado nadie olvidaba que todos aquellos que llevan camiseta blanca jamás se rinden y que han convertido el verbo remontar en un axioma de comportamiento que termina convirtiendo este equipo en cinco almas invencibles sobre la cancha. La remontada estuvo llena de coraje y liderazgo, empezando por ese capitán eterno (Sergio Llull), ese escolta que tiene una muñeca de porcelana (Causeur) y ese center francés que se ha erigido en el ogro de la tropa de Jasikevicius (Poirier). Decir que el Madrid juega otra final de la Euroliga es como el día de la marmota. En la final del sábado se encontrará a esos genios del Anadolu llamados Larkin y Micic. Pero enfrente estará la leyenda del Madrid. ¡A por la Undécima!