Identidades rivales

Mi buen amigo Ramón J. Flores suele decir que si se retransmitiese una carrera de dos caracoles pintados con los colores de Real Madrid y Barcelona, el evento tendría gran audiencia. Con el ejemplo intenta ilustrar la tesis de que, en esto de los deportes, casi más importante que el supuesto espectáculo del juego es el enfrentamiento entre rivales o, lo que es lo mismo, la liza entre identidades que se entienden como opuestas. Comparto su análisis, y pienso que en determinados momentos los aficionados nos acercamos a deportes que antes no nos interesaban en absoluto, atraídos por el relato de una gran rivalidad. Pienso en Karpov y Kasparov, Tyson y Holyfield, Borg y McEnroe o Prost y Senna, por poner unos cuantos ejemplos.

No es casual que todos los que señalo sean ejemplos individuales. ¿Qué sucedió con los aficionados circunstanciales que se generaron en torno a estos enfrentamientos cuando los protagonistas se retiraron? Que dejaron inmediatamente de ver ajedrez, boxeo, tenis, carreras de coches. Algunos se quedarían, claro, pero la mayoría se sintió huérfano en la grada.

La gran ventaja de los deportes de equipo es que esto no sucede, que aunque se vayan retirando los jugadores que un día idolatramos, su leyenda se adscribe a un escudo que trasciende los límites del tiempo. Los hinchas de un club sienten que ganaron aquella copa que aconteció décadas antes de que ellos nacieran. Los relatos del pasado se suman al presente y se proyectan a futuro en una historia de rivalidades eternas. Por eso da un poco igual a veces si el juego es preciosista o torpe. Lo importante es otra cosa.

Nunca he entendido, en ese sentido, que las cadenas de fútbol internacional no emitan partidos clave de campeonatos menores. A buen gusto uno vería un Celtic-Rangers, un Olympiacos-Panathinakos o un Estrella Roja-Partizán. Tampoco que los clubes no inviertan más en potenciar su marca en lo relativo a las rivalidades que también la construyen. En el césped siempre juegan dos equipos y la trascendencia del choque, es una obviedad, depende del rival.