Madriditis sí, gracias
Estoy por jurar, a falta de una segunda opinión, que me ha vuelto la madriditis. Lo noto en la nariz, que para estas cosas tiene más memoria que el propio cerebro pues combina los malos presagios y las cicatrices antiguas con la congestión nasal, los estornudos, la dificultad respiratoria y un ligero lagrimeo que navega entre la reacción alérgica, la rabia y la indignación. "Volvéis a estar preocupados por lo que pueda hacer el Real Madrid", nos dice un amigo merengue al que dejamos hablar como si fuese médico porque aprendió a suturar en la mili y siempre lleva algún ibuprofeno en la chaqueta. Pues bien: en esta ocasión, y sin que sirva de precedente, no le falta razón.
Volvemos a estarlo, esa es la clave: lo estuvimos, nos curamos y otra vez hemos vuelto a tropezar en la misma piedra, en esa preocupación malsana -aunque divertida- que promueve la rivalidad bien entendida como verdadero motor del fútbol. La madriditis podría definirse como un trastorno afectivo de carácter leve pero también como un combustible limpio, barato e infinito, especialmente valioso en estos tiempos donde la energía se cotiza a precio de oro. No es contagiosa, aunque se hayan documentado casos de transmisión entre padres e hijos. Ni dolorosa, aunque a veces confundamos las reacciones físicas a una remontada imposible con los síntomas propios de un cólico nefrítico. Y, por supuesto, y lo más importante de todo: tampoco es letal.
No hay nada de malo en querer que el Real Madrid pierda siempre o casi siempre, solo faltaría. Es moralmente aceptable y, lo más importante, también es legal. Lo he consultado y no hay delito de odio en desearles lo peor (en términos deportivos, claro) para esta semifinal de la Liga de Campeones. Tampoco ofensa a los sentimientos religiosos, por más que tengan su propio catecismo y se hayan sentido perseguidos desde la famosa encíclica del Villarato. En definitiva, se puede, y se debe, poner todas nuestras esperanzas en Pep Guardiola como la única vacuna probada y efectiva contra esa particularidad genética que es el Madrid a unos pocos pasos de la gloria. ¿Madriditis no, dice usted? Madriditis sí, gracias.