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Un buen negocio con el peor socio

Luis Rubiales compareció ayer ante la prensa sin límite de tiempo ni preguntas. Hizo muy bien, se estaba echando en falta. Justificó el retraso por el tiempo que había necesitado para que desde Arabia Saudí le permitieran vulnerar cláusulas de confidencialidad del contrato, y eso ya me gustó menos. El mal uso ha convertido la palabra confidencialidad en algo demasiado tolerado, casi honorable, cuando en realidad significa opacidad, ocultamiento, antítesis de trasparencia. Un refugio para ocultar engaños o esconder asuntos turbios. No es cosa del fútbol, desde luego, como tampoco lo son los comisionistas y sus pingües ganancias.

Se mostró dolido y con sinceridad. Él, no tengo duda, buscó en la modificación de la Supercopa un torneo mejor y lo consiguió, con más dinero para los clubes, más para la Federación (lo que le da una ventaja en sus ingresos personales, pero eso es consecuencia, no fin) y más interés deportivo. También ha mejorado la Copa, ha sustituido la Segunda B por algo mejor, acertó con el seleccionador, el fútbol está notando para bien su mano. Pero alguien le ha pirateado el teléfono y eso ha llevado a El Confidencial el relato del proceso por el que se construyó esta nueva Supercopa, a medio camino entre lo grotesco y lo escandaloso.

El problema es que Rubiales ha hecho esto con un mal socio. Claro, que no lo escogió él, fue Piqué quien le buscó, el que tuvo la idea, ese mérito hay que darle. Y ha sido más que un contacto con Arabia Saudí, como pretendía ayer Rubiales: participó en la estrategia y fijó un reparto por el que Kosmos cobra más que dos de los clubes participantes. Se sospechaba, hasta se publicó, pero quedó flotando en clave de rumor. Ahora hemos visto el relato descarnado de aquello y ambos se sorprenden sinceramente de que eso escandalice en la sociedad. Eso es porque quienes pisan esas alturas no se sienten condicionados por los escrúpulos éticos del ciudadano común.