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Ha madrugado la primavera este año en Can Barça. De manera nada casual y después de una travesía larga y dura, la nave ha virado y el rumbo parece el correcto. La convicción ha guiado la remontada y el indispensable fichaje de futbolistas valiosos con perfiles correctos ha hecho buena la idea, el plan y hasta el clima. Suele ocurrir. El entrenador corrige los partidos torcidos con cambios de calidad, variados, manteniendo o incrementando el nivel competitivo. La cosa pinta bien para el culé. No hay como haber sido desgraciado para ser feliz con poco, esperando que esta temporada sea la víspera de algo más grande.

Ya saltan a la yugular los terraplanistas habituales mencionando cuentas, distancias y que no se ganará Liga, Copa ni Champions. Como si no se supiera. Hablarán de la ruina del club, de la pérdida de Messi, todavía hablan del gol de Manolas. Y siendo cierto todo eso, no tienen razón. Nunca lo van a entender. Y como no lo entienden y les da miedo el regreso de una dinámica poderosa, alimentan debates de alas cortas y más corta inteligencia. Que si Pedri no es Zidane, que si Xavi no cambia de peinado ni de discurso, que se queja del césped. El Barça está volviendo y eso da miedo.

Todavía hay cosas que los blaugrana deben hacer mucho mejor: habiendo acertado en los refuerzos, necesitan incrementar la calidad, mejorar los efectivos defensivos, los fichajes irán por ahí. La guinda sería traer a Haaland, algo difícil; si no sucediera, habría dinero para reforzar más posiciones.

Y debe ser sutil el Barça: si gana la Europa League, no celebrar demasiado. En Liga, no debe acercarse mucho a la cabeza de la clasificación. El objetivo es quedar segundo a una distancia suficiente para que el equipo que la gane la descuente, en imitación perfecta de las ligas en las que el Barça de Valverde arrasaba: no contaban porque no se había ganado la Champions, único termómetro del triunfo o el fracaso. Así, el culé sonríe intuyendo una gran alegría, hoy miércoles, pase lo que pase.