El estadio y el mundo
Albert Camus escribió: "Juzgar si la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía". Tranquilícense: no vamos a intentar contestar a esa cuestión en los dos mil caracteres que tiene esta columna. Pero, en estos días en los que la muerte ha invadido el fútbol, quizá sí podemos pensar si esa parte de la vida que es el deporte del balón merece realmente la pena.
Si nos atenemos a lo acontecido en Querétaro, por supuesto que no. Si el fútbol es la excusa para que delincuentes den rienda suelta a esa monstruosa violencia, mejor clausurar el negocio. El escritor mexicano Juan Pablo Villalobos se preguntaba en su perfil de Twitter: "¿Qué hacemos con estas ganas de llorar, esta rabia, esta vergüenza, al ver los vídeos de la pelea?". Y respondía, con razón, que la clave es negarse a aceptar todo eso como algo inevitable. El fútbol no puede permitir que episodios así sean recurrentes. Nada los puede justificar. Y, si no somos capaces de erradicarlos para siempre, mejor dejar de jugar.
Pero, ¿y cuando la realidad es la violenta y los estadios se convierten en oasis en un mundo desierto de sentido? Dicho de otro modo: ¿se puede disfrutar o padecer por fútbol cuando ahí fuera la gente muere y sufre? ¿Se puede celebrar un gol siendo conscientes de lo real? Yo diría que sí y, es más, creo que es incluso necesario, de tanto en cuanto, hacer ese ejercicio de evasión. El estadio es un paréntesis de realidad, una ficción del estilo de la del cine o la literatura, refugios necesarios.
Pero no pueden, sin embargo, ni el cine, ni la literatura, ni el fútbol, ser impermeables al mundo. No podemos actuar como si no pasara nada ahí fuera. Por eso a mí me congratula la reacción del deporte internacional contra la guerra de Ucrania, como celebro cada vez que un deportista hinca la rodilla frente al racismo o se manifiesta contra la homofobia. ¿Que deberíamos postularnos y movilizarnos frente a otras violencias y otras guerras? Es cierto. Ojalá lo hagamos. Tengo fe en ello, en que los estadios se irán convirtiendo no solo en refugios, sino en espacios desde los que construir un mundo mejor.