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Las alas de Vinicius

El fútbol es el reino de la hipérbole. La temporada pasada, cuando Vinicius no le metía un gol ni al arco iris, la corriente mayoritaria le tildó de bluf. Volaba como el viento, pero se estrellaba por falta de precisión. Al principio de esta, cuando se mostró por igual eficaz y resolutivo, muchos ya vaticinaron que estábamos ante el próximo Balón de Oro: la nueva Galerna del Bernabéu.

Las exageraciones son peligrosas en el fútbol, como en cualquier otro ámbito de la vida. En su día Van Gaal fue excesivamente crítico con Riquelme, le cortó las alas y mermó sus posibilidades de triunfo en el Barça. De la misma manera, un exceso de plumas, haciendo creer al joven que es un ave excepcional, antes de haber cuajado una temporada completa, es la mejor manera de que acabe estampado en el suelo. El Barcelona se deshizo de Yusuf Demir, el Messi austriaco, como en su día de Lee Seung-Woo, el Messi coreano, o de Gai Assulin, el Messi israelí. Siempre hay un nuevo Messi. El último: Pedro Juárez, un argentino prebenjamín de siete años.

Vinicius se abraza con Ancelotti en el Madrid-Alavés.
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Vinicius se abraza con Ancelotti en el Madrid-Alavés.OSCAR DEL POZOAFP

Como si fuera Curro Romero, en lo que va de año Vinicius alterna partidos memorables con otros en que no rasca bola. Lo mismo se lanza, veloz y certero, como un halcón peregrino y destroza a la defensa del Villarreal, que parece un pato mareado y sin plumas que no consigue irse de su par ni una vez, como frente al PSG. En un mismo partido (el último, por ejemplo, disputado ante el Alavés) es capaz de lo mejor y lo peor.

Los mismos que le alzaron al cielo como el digno sucesor de Cristiano Ronaldo le tiran ahora por tierra. Espero que alguien de su entorno cultive el justo término medio. Como en el mito de Ícaro, todos tenemos las alas de plumas pegadas con cera, de tal manera que, si volamos demasiado bajo, el mar las empapará sin dejarnos despegar, mientras que, si volamos acercándonos demasiado al Sol, se fundirá la cera y caeremos. Los antiguos griegos supieron sacar conclusiones de ese relato: ni exceso de prudencia, ni vanidad. Estaban convencidos de que hay que ignorar, por igual, las adulaciones y los desprecios, puesto que lo que verdaderamente eres está equidistante de lo que unos y otros opinen sobre ti cuando vuelas en lo más alto o no logras elevarte un palmo del fango.