Nadal, el monumento
Sexta final en Australia, 29ª en un Grand Slam. A un paso del récord mundial de 21 'grandes'. Rafa Nadal merece un monumento y es un monumento en sí. Una reliquia a la que el tiempo va desgastando como a su degenerado escafoides tarsiano, pero que sigue luciendo brillante resistiéndose a esfumarse. Nadal juega en el filo, pero ya ha visto el abismo muchas veces en su carrera y siempre se ha resistido a caer. Para entender la magnitud de la gesta hay que leer la entrevista con Carlos Moyá, técnico y sobre todo amigo: "Rafa nos dijo: 'Vamos a tope, y si me rompo, me rompo".
Moyá cuenta que hace unos meses "hubo momentos en los que Rafa no se sentía jugador". En los que, con 34 años y todo hecho, hubiese sido justificable tirar la toalla y dedicarse a cuidar su pie. Probaron en Abu Dabi y decidieron probar en Australia. Y con el fragor de la batalla, la cabeza ha tirado del cuerpo como en otras ocasiones. Sin Djokovic, metido en una pelea existencial con difícil salida, y un Federer con 40 años y demasiados meses alejado de la pista, el espíritu de cazador de Rafa ha revivido en Australia. Podía ser el momento de los jóvenes (Zverev, Berrettini, Rublev, Shapovalov, Aliassime, Sinner, Hurkacz, Khachanov, Fritz, incluso Alcaraz...), pero el que sigue en pie es él. Y jugando por la historia, será difícil de tumbar. Los monumentos, aunque el tiempo los haga frágiles, siempre están ahí para recordarnos la grandeza humana. La misma grandeza de Nadal.