¿Estamos vivos o muertos?

La Navidad es un momento de breve tranquilidad en el que unos pocos equipos aprovechan para comprobar si están vivos o muertos. Puede existir confusión al respecto. Metidos en la dinámica de sucesión imparable de partidos, no les queda casi tiempo para pensar cuánto hay en ellos de almas condenadas que peregrinan en la nada, y cuanto de esperanzador futuro. Normalmente, si tienes que plantearte esta pregunta significa que en efecto no hay nada que hacer, que la esperanza solo es una fachada, una pintada simpática en una pared, como aquella que decía De puta madre la poesía, y que lo que resta de temporada servirá para no tomarse las cosas tan a pecho, y quizá empezar a ganar partidos desde la tranquilidad de que no hay nada en juego, salvo la diversión.

Forma parte del pacto narrativo, sin embargo, decir que lucharás mientras haya posibilidades de alcanzar los objetivos del inicio de temporada. En última instancia, te resta aún la sutil maniobra de modificar los objetivos, sustituyendo los otrora ambiciosos por unos más modestos, y en ese nuevo radio de acción, dejarte la poca alma que reste.

Correa y Busquets, en el Atleti-Barça de este curso.

En su desesperación, los equipos que confiaban estar arriba, y disputar incluso el título, se aferran siempre a las matemáticas. Resulta admirable. Hacen sus cuentas, como si solo estuviesen intentando comprar un robot aspirador sin poner en peligro su presupuesto, y si los números permiten una ínfima esperanza en mantener el discurso de que nada está aún perdido, se agarran a ellos. Esa es la única buena noticia: el triunfo de la ciencia sobre la fe.

Nunca es buen momento para estar acabado. Pero estar acabado tan pronto, sin que haya llegado siquiera enero, es terrible. Casi te sientes ridículo recordando que en agosto soñabas con la Liga, y lo decías en alto. Los comienzos siempre deberían ser el momento para recordar lo que decía con euforia aquel personaje de Un lunar en el sol: “¡Quiero volar! ¡Quiero tocar el sol!”, y entonces su mujer, enfriando su voracidad, le respondía: “Primero cómete los huevos fritos”.