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¿Quién teme a Fernando Alonso?

¿Fernando Alonso? Fue el mejor piloto de F1 durante quince años, pero como no tuvo un coche ganador la mayor parte de ese tiempo, no pudo demostrarlo, de modo que no sabemos si fue o no realmente el mejor. Pongamos que en nuestra imaginación fue el mejor, hecho hermosísimo que, dicho de paso, carece de la menor sustancia. De sobra sabemos que la vida de un piloto es la historia de su fina y susceptible relación con un artilugio mecánico demasiado complejo y caro, llamado coche, en el que el menor detalle da o resta una ventaja irrevocable. En su caso, tuvo casi siempre que competir no tanto contra los otros pilotos –eso también– como contra su monoplaza.

La persecución desesperada del tercer título lo llevó por un largo periplo de esfuerzos que acababan en frustraciones, una parte de ellas ridículas, como el día que, durante aquella célebre prueba de clasificación, Alonso se sentó a tomar el sol sentado en una silla de camping a la altura de la curva donde su coche, un día más, acababa de dejarlo tirado. ¿Qué más podía hacer? ¿Escupir con asco, arrancarse los ojos, empezar a fumar? Por no mencionar el año que se anunció que su coche sería naranja papaya y azul, y al final de la temporada el color fue lo único aprovechable.

Alonso, en el podio del GP de Qatar el pasado domingo.
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Alonso, en el podio del GP de Qatar el pasado domingo.KARIM JAAFARAFP

La errática relación de Alonso con sus coches, tras alcanzar dos mundiales con Renault, siempre me recuerda a 'Quién teme a Virginia Woolf', la historia de un matrimonio maduro que se profesa un odio salvaje, que alcanza la efervescencia la noche que invita a cenar a otra pareja, y en mitad de la velada se desata un vendaval de broncas, reproches y aborrecimientos. Martha y George, los componentes de eses matrimonio podrido, son Alonso y las versiones decepcionantes de sus Ferarri y McLaren. Está por saber qué ocurrirá con Alpine, después del pódium del domingo. Tuvimos que frotarnos los ojos al verlo llegar tercero. Sus seguidores ya habíamos perdido la ilusión, como esos padres que al final del trimestre ven aparecer a su hijo con las notas y la primera pregunta es: "¿Cuántas aprobaste?".