No a los parones de selecciones
Enumeraba Luis Enrique los parones de selecciones que quedan hasta el Mundial (febrero, junio y septiembre) y a mí me daban los siete males. En esta enésima jornada sin clubes hemos visto un apasionante 8-0 de Francia a Kazajistán, un 5-0 de Inglaterra a Albania, un 9-0 de Alemania a Liechtenstein... Sí, ya sé que Georgia ganó a Suecia y el resto de duelos decisivos como el vibrante partido de España pero el sistema de clasificaciones es al 80% una siesta intolerable. Y la FIFA quiere más. Nos espera un Mundial de 48 equipos (ahora hay 32) y algunos quieren que sea cada dos años. Y dos huevos duros.
En este fútbol cada vez menos local e identitario, las selecciones tienen más sentido que nunca. Los mejores de un país contra los de otro. Sin las trampas del dinero de por medio y un sentimiento de pertenencia razonable con los primarios nacionalismos. Gran fórmula. Y el romanticismo de los débiles contra los fuertes es un ingrediente necesario. Pero de ahí a poner a la élite del fútbol al nivel de Gibraltar, Armenia, Kazajistán o Chipre solo tiene una explicación: corrupción. En la asamblea que elige al presidente de la FIFA o la sede de los mundiales vale lo mismo el voto de Inglaterra que el de Kosovo. ¿Se ve bien o soy un paranoico?
Creo que sí hay pan para tanto chorizo, no es todo o nada. Otros deportes marcan el camino con veranos dedicados a las selecciones cada año o grandes campeonatos que marcan en ciclos las clasificaciones para europeos, JJOO o mundiales. Y todo es compatible con los clubes que son igual de avariciosos que las federaciones y les gustaría jugar 10 clásicos cada semestre hasta convertir un chuletón en una hamburguesa de 1 euro.
Arsène Wenger, convertido en asesor de la FIFA, dice que, si se concentran en un mes las clasificatorias y se agrupan todas las confederaciones del mundo, no habrá parones y habrá Mundial cada dos años. Mientras le hacen caso, Gareth Bale va tachando días con una Mont Blanc de oro hasta el próximo partido de Gales.