Álvaro García-Nieto

Pelar fresas

Sinuhé el egipcio, al envejecer, entendió que la soledad es “patrimonio de la edad adulta” y que así ha sido siempre. En un estadio de fútbol la posición del guardameta es la más solitaria y así ha sido siempre. Diego López es experto en soledades, pues. Al menos en lo que a su oficio respecta. A Diego López llevan preguntándole desde hace al menos tres temporadas qué piensa hacer cuando se jubile, y nunca acaba de jubilarse, como el buscador que estando a punto de encontrar su piedra filosofal vuelve al punto de partida por miedo a quedarse vacío. Durante un tiempo se le acusó de aferrarse a los guantes cuando los resultados no acompañaron y algunos goles de falta le cuestionaron. Ahora ya tiene cuarenta años y vuelve a salvar partidos y a copar titulares, con ese atractivo exótico que da la edad.

Al inicio de esta temporada escuché la teoría de que estaba firmado que jugaría −si es que Oier no lo sentaba− su último año en Primera y después pasaría a ser entrenador de porteros para hacer de mentor de Joan García y los que vienen por detrás. Más o menos cuadraba: premio por la gran temporada en Segunda, por ser capitán y relevo de lujo de Tommy N’Kono. Y de una jornada a otra ya nadie se acuerda y estamos ante, quizá, el cénit de su carrera. Ya no sólo por lo que para, sino por la presencia: el momento en el que los rivales no sólo piensan en chutar, sino que son conscientes de que chutan a.

Diego López.

Si mañana me cruzara a Diego López por la calle no me atrevería a preguntarle qué piensa hacer cuando se jubile. Me gustaría preguntarle en qué piensa cuando la soledad le pesa, ahí bajo palos. Son segundos, imagino, en los que uno puede preguntarse si es posible un mundo en el que pelemos las fresas como pelamos las mandarinas o si este último balón lo podría haber blocado mejor y quizá tengan razón esas teorías, debería aplicar para entrenador de porteros. Hace tiempo leí un tuit del periodista Alberto Olmos en el que decía que la madurez, al contrario de la inmadurez, es no darse por aludido nunca. E imagino que sólo así es posible frenar todas las jubilaciones forzosas y hacer buenos todos los clichés sobre la edad adulta.