Ceferin busca mantener el momio con Messi y Neymar
Se ha desatado la guerra total entre la FIFA y la UEFA. El Mundial bianual que quiere organizar Infantino a partir de 2028 ha sido la gota que ha colmado el vaso. La última idea de Ceferin: invitar a Brasil y Argentina a la Liga de Naciones de 2022 para reventar ese Mundial bianual, ha sido el acabose. El divorcio es total y sus presidentes no se hablan.
La UEFA la componen las 55 federaciones europeas. Es la más fuerte de las cinco confederaciones de la FIFA, que reúne a 211 socios. El poder económico de Europa, derivado de la Champions, la gallina de los huevos de oro, tiene mucho peso en el fútbol mundial. Pero más peso que la UEFA, no en dinero pero sí en votos, tiene la FIFA. Ceferin no puede bloquear el Mundial bianual con sólo 55 votos, más alguno suelto que pueda arañar en Sudamérica que, aunque sólo tiene diez federaciones, tiene el poder que le dan la Argentina de Messi o el Brasil de Neymar. Pero la FIFA tiene el control de los otros 156 (los de la AFC en Asia, la CAF en África, la CONCACAF en la zona de Norte, Centroamérica y Caribe, los de parte de la CONMEBOL y la OFC en Oceanía), hasta llegar a los 211 señalados. En todos estos asuntos Infantino tiene una visión que el considera global, mientras que Ceferin confunde la parte (aunque sea Europa, la más importante) con el todo. Curiosamente, esto choca precisamente con la fórmula, maquiavélica, que les mantiene a ambos en el poder.
Algunas federaciones europeas, con los países nórdicos a la cabeza, se han alineado junto a Ceferin, cuyo poder reside en que el voto de Andorra vale tanto como el de Alemania o el de Gibraltar lo mismo que el de España. En su afán por hacer a todos iguales dan el mismo peso en las decisiones a un país como Alemania, con 84 millones de habitantes, que a un territorio como Gibraltar, con poco más de treinta mil. Para ser presidente de la UEFA basta con regar bien económicamente a federaciones como las de Albania, Malta o Islas Feroe. Así, cuando llega el momento de la reelección, no hay que preocuparse tanto por lo que piensen los representantes de Francia como por lo que opinen los de Moldavia. Todos valen igual: un voto.
Es un sistema artero, porque fomenta, o invita, a lo fácil. ¿Para qué desgastarse en convencer de tus bondades a los que deciden por Inglaterra cuando puedes tomar un atajo con los de Kosovo?, por poner un ejemplo. El principio de igualdad y la meritocracia deben ser exigibles en el campo, pero no es los despachos. No pueden tener el mismo peso en las decisiones sobre el fútbol mundial lo que opinen en Antigua y Barbuda que lo que crean en Estados Unidos. Lo que urge es resolver esto, no lo otro. Pero mientras, ahí están tirándose los trastos a la cabeza la FIFA y la UEFA.