Busquets, malo en el Barça, bueno en La Roja

Antes de que se esfume del recuerdo la breve fase final de la Liga de Naciones, quiero repasar otro hecho feliz (el uno es el buen papel de la Selección, ya comentado) que vivimos esos días: la proclamación de Sergio Busquets como MVP. Un bonito premio para un jugador que opera en La Roja como último vestigio del equipo glorioso. No llegó a estar en la Eurocopa de Austria-Suiza, en la que el puesto de medio centro fue para Senna, pero sí ya en el Mundial de Suráfrica y luego en la Eurocopa de Ucrania. Después ha vivido el tiempo de decadencia, en el que el glorioso equipo fue perdiendo pieza por pieza, imperativo del tiempo. Sólo él sigue ahí.

Su buen desempeño en la Selección, reconocido con este premio, contrasta con frecuentes papelones que le hemos visto hacer en el Barça de este tiempo, que habían llegado a hacer pensar a algunos que su tiempo había pasado. Pero ya se ve que no es así. La diferencia es cómo juega un equipo y cómo otro. El Barça juega desparramado, con Piqué, ya lento por los años, echando la defensa muy atrás y el equipo generalmente largo y desordenado. La Selección presiona arriba, juega con la defensa muy adelantada. Busquets defiende mejor hacia delante que hacia atrás, y en espacio corto tiene más gente cerca para pedirla, recoger y distribuir.

Y le buscan. Ese alegre grupo de ‘luisenriquitos’ veloces y entregados tienen en Busquets el gran referente, algo así como el hermano mayor. Once años atrás, cuando todavía eran niños, le vieron por la tele salir campeón del mundo en Johannesburgo. Ahora se fían de él, se ofrecen para recibir, le buscan para descargar. El fútbol es así: un mismo jugador, en la misma posición, puede jugar en un equipo tan mal como para dar síntomas de acabado y tan bien en otro como para ser elegido el mejor entre los mejores de una fase final europea. La Selección de Luis Enrique tiene en él una piedra angular y él tiene en la Selección la compensación a tantos sinsabores.