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¿Odio al fútbol moderno?

No hay deporte ni apartado social y cultural más clásico en nuestras vidas que el fútbol. Los cambios no son bien recibidos. Nunca. Cualquier alteración del fútbol como lo concebimos nos parece una ofensa a aquellos que lo crearon en un pub de Londres en 1863. Surgieron el árbitro, los cambios, el fuera de juego, las tarjetas, las cesiones y en los últimos años la tecnología y el VAR... Pero para 150 años no parece demasiado.

Ahora, desde hace un tiempo, aparecen nuevos elementos extraños que nos hacen llevarnos las manos a la cabeza: las propiedades extranjeras, los fondos de capital, los jeques, los magnates y los emires que quieren invertir su dinero en una industria que no ha hecho otra cosa últimamente que dar millonarios. El Newcastle y el príncipe saudí Bin Salman se han sumado a la fiesta. Para la ciudad y su gente ha sido una ilusión desbordada, sobre todo por la situación inestable que atravesaban con Mike Ashley; para el resto de grandes de Europa parece una ofensa hacia su estatus actual, alterado ya por otros nuevos ricos como PSG, City y Chelsea.

La crisis que generó el coronavirus ha acelerado la búsqueda del dinero perdido. La idea de la Superliga o la de celebrar un Mundial cada dos años tienen como fin recaudar más dinero de terceros (JP Morgan, televisiones, patrocinadores…). Sin embargo, se mira con recelo que ese dinero provenga de estados. ¿Por qué? ¿Acaso no van a regar de millones a todos a través de traspasos con efecto bola de nieve? ¿No es mejor un fútbol moderno con dinero a uno clásico sin él? ¿Cuesta tanto reconocer que siempre hay alguien más rico? Quizá sea eso...