La ley del patio
Cuando en el cole los de quinto desafiaban a un partido a los de séptimo, todo el mundo sabía cómo iba a acabar el encuentro. Los pequeños exhibían sus mejores virtudes, quizás reforzados por algún repetidor que restaba más que sumaba, esperando únicamente una palmada de reconocimiento condescendiente del rival al final. Pero el resultado estaba escrito de antemano. Los buenos ganaban al trote (siempre que no hubiera un pique personal) sabiendo perfectamente que la situación estaba controlada. Observaban los esfuerzos de los peques, absolutamente inofensivos, esperando al error que llegaría más pronto que tarde para liquidar el partido. Los mayores, seguros de su triunfo, únicamente se esforzaban ante los repetidores. Con eso, sobraba para ganar. Aplicaban la ley del patio.
Lo más parecido a la aplicación de la ley del patio fue el partido entre el Barça y el Atlético de Madrid. La sensación de inferioridad del Barça fue lacerante. Los jóvenes lo intentaron con suerte diversa, los repetidores fracasaron una vez más y el Atlético vivió su partido más plácido del curso. Incluso se apiadó de los pequeños. Su superioridad era absoluta ante un rival tan perdido en el campo como en el palco. Exceptuando el ímpetu de los chavales que aspiran un día a jugar sin los repetidores que les lastran, la situación es patética. La ley del patio se aplica a los equipos de patio.