Vuelve aquel Barça de los años 60

Durante gran parte de la noche me pareció estar viendo al Barça de los años sesenta, un puro desconcierto que describió admirablemente Sergi Pàmies en su sensacional ‘Confesiones de un culé defectuoso’. Empieza contando cómo su tío, al llevarle por primera vez al fútbol, le dijo que disfrutara de la noche, el estadio y el bocadillo, pero que de los jugadores no esperara nada bueno. Conoció un buen puñado de palabras cazadas allí, específicas para la variante de inutilidad de cada jugador. Palabras singulares, que sólo se usaron entonces y allí, que yo sepa. Un pesimismo espeso agarrotaba al Barça aquellos años post Helenio Herrera.

Vuelvo a encontrar aquello en este primer año post Messi. Laporta y Koeman manejan enfrentados los restos del naufragio que provocó Bartomeu y un público menguado acude sin fe, para sorprenderse de la alineación, abroncar a Luuk de Jong cuando calienta, a casi todos cuando fallan y asistir a una media hora final de balonazos a la olla, una perfecta indignidad para los parámetros del Barça, pero más productiva que todo lo anterior, ese fútbol-balonmano de lado a lado frente a un Granada embutido en su área. Porque el Granada salió, marcó un gol antes de cumplirse el segundo minuto y luego se metió atrás, a esperar y perder tiempo.

Cómo sería la cosa que Koeman sacó a Piqué de delantero centro, para cazar ollazos codo a codo con De Jong, que ya cantaba en el Sevilla, pero que en el Barça parece un marciano. Pero ni uno ni otro: fue Araujo, viniendo una y otra vez desde atrás, el que consiguió en su quinto cabezazo (en el primero le sacó una parada prodigiosa a Maximiano) el gol que palia algo la vergüenza. Mientras se cura Ansu Fati, desfilan otros jóvenes afanosos y Coutinho sigue negado, el Barça se va instalando en la mitad de la tabla. Tengo que buscar en mi librería el libro de Pàmies. Pinta que aquellas singulares palabras pueden recuperar su uso cualquier día.