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Qué surrealista puede ser a veces el fútbol. Hace un año, Messi quería irse del FC Barcelona y tuvo que quedarse, y ahora que pensaba quedarse, le obligan a marcharse. De la rueda de prensa de Joan Laporta, lo único que me chirrió fue la rapidez y la ligereza con que habló de la era "post-Messi" que en teoría empieza ahora en el Barça. Quizá era su forma de tragarse el sapo, pero es obvio que la salida del mejor jugador de la historia no puede tener este aire definitivo y supresor. No tras 20 años en el club y una trayectoria que, más allá de los títulos, es inseparable del imaginario colectivo de sus aficionados. Esta página no se pasa tan fácilmente, ni planeando todos los homenajes en el futuro, porque su ausencia no se reemplazará. Pasarán los años y le seguiremos buscando con la mirada en el campo. La extrañeza de la situación se resume en una pregunta: ¿qué jugador será el insensato que la próxima temporada llevará la camiseta con el 10 del Barça? Espero que ninguno, como mínimo mientras Messi siga jugando, aunque sea en otro equipo.

En realidad, a la espera de escuchar la versión del jugador, lo lógico es pensar que nuestro héroe es forzado a irse dos años al exilio, y quien le ha dado el empujón son las artimañas de Tebas con el maldito fair play financiero. Parece que el destino será el París Saint Germain, y aquí es donde todo se vuelve aun más surrealista: si se confirma, veremos a Messi triste y descolocado, resignado a jugar en la Ligue 1 francesa, donde el mejor fútbol se verá en los partidillos de entrenamiento del propio PSG.

Messi en una plantilla que hoy mismo —según Transfermarkt— tiene cinco porteros y 30 jugadores de campo, y que por alguna razón misteriosa su masa salarial no incumple el fair play financiero (cosas de Qatar). Messi jugando en el mismo equipo que Sergio Ramos, por dios, que en los Clásicos del pasado le ha pegado con ganas: una alianza antinatural que no se atreverían a plantear ni los guionistas de los superhéroes de la Marvel. Surreal